Page 35 - El niño con el pijama de rayas
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ella nunca se había parado a pensar que María era una persona con sentimientos
igual que las demás), y se marchó a su habitación.
María no la siguió con la mirada, pero en sus mejillas habían aparecido unas
manchas rosadas. Una vez se hubo serenado, Bruno dijo:
—Sigo pensando que Padre ha cometido un grave error. —Le habría gustado
disculparse por el comportamiento de su hermana, pero no sabía si era lo
correcto. Aquellas situaciones siempre lo hacían sentir muy incómodo, porque en
el fondo sabía que no había que ser maleducado con nadie, ni siquiera con los
empleados. Al fin y al cabo, existía una cosa que se llamaba educación.
—Aunque lo pienses, no lo digas en voz alta —se apresuró a decir María,
acercándose a él y mirándolo como para hacerle entrar en razón—.
Prométemelo.
—Pero ¿por qué? —repuso Bruno frunciendo el entrecejo—. Sólo digo lo que
siento. Eso no está prohibido, ¿no?
—Sí. Sí, está prohibido.
—¿No puedo decir lo que siento? —dijo el niño, incrédulo.
—No —insistió la criada, con la voz un poco crispada—. No digas nada,
Bruno. No te imaginas los problemas que podrías causarnos a todos.
Bruno se quedó mirándola. Había algo en sus ojos, una especie de ansiedad
angustiosa que el niño nunca le había visto. Eso lo inquietó.
—Bueno —masculló, y miró la puerta. De pronto sentía la necesidad de
alejarse de la criada—. Sólo decía que esto no me gusta, nada más. Sólo te daba
un poco de conversación mientras tú guardabas la ropa. No es que esté planeando
escaparme ni nada parecido. Aunque si lo hiciera no creo que nadie me criticara
por ello.
—¿Y matar a tus padres del disgusto? —replicó María—. Bruno, si tienes algo
de sentido común, te quedarás callado y te concentrarás en tus deberes y en lo
que te diga tu padre. Tenemos que cuidarnos hasta que esto haya terminado.
¿Qué más podemos hacer? No está en nuestras manos cambiar las cosas.
De pronto, y sin motivo aparente, Bruno sintió un súbito impulso de llorar. Eso
lo sorprendió incluso a él, y parpadeó varias veces seguidas para que María no se
diera cuenta de cómo se sentía. Aunque, cuando volvió a mirar a la criada, pensó
que quizá sí había algo extraño en la atmósfera aquel día, porque ella también
tenía los ojos llorosos. Todo aquello lo incomodó mucho, así que se dirigió hacia
la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó María.
—Afuera —refunfuñó Bruno—. Por si te interesa saberlo.
Salió despacio de la habitación, pero en el pasillo aceleró el paso y bajó la
escalera a toda prisa, porque de pronto tenía la impresión de que si no salía de la
casa inmediatamente se desmayaría. Unos segundos más tarde estaba fuera y
echó a correr de una punta a otra del camino de la casa, porque necesitaba