Page 40 - El niño con el pijama de rayas
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sargento  Hoffschneider,  y  lo  lleva  siempre  alrededor  de  la  cintura  —contestó
      Kotler,  mientras  sus  labios  esbozaban  algo  parecido  a  una  sonrisa.  Aquello  no
      tenía ningún sentido para Bruno, pero a Gretel le hizo tanta gracia que empezó a
      sacudirse como si bailara sin moverse del sitio.
        —¿Pero lo utiliza o no? —preguntó Bruno.
        —¿El sargento Hoffschneider? Sí, me temo que sí. Le tiene mucho aprecio a
      su neumático de recambio.
        —Basta,  Kurt  —dijo  Gretel,  secándose  las  lágrimas—.  ¿No  ve  que  no  le
      entiende? Sólo tiene nueve años.
        —¿Quieres hacer el favor de callarte? —replicó el niño mirando con fastidio
      a su hermana. Ya era bastante penoso tener que pedirle un favor al teniente, y
      sólo faltaba que su propia hermana se burlara de él en ese momento—. Tú sólo
      tienes doce años —añadió—. Deja de fingir que eres mayor de lo que eres.
        —Tengo  casi  trece  años,  Kurt  —dijo  Gretel  con  brusquedad,  el  semblante
      demudado—. Los cumpliré dentro de quince días. Soy una adolescente. Como
      usted.
        Kotler sonrió y asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Bruno lo miró a los
      ojos. Si hubiera tenido delante a otro adulto, habría puesto los ojos en blanco para
      dar  a  entender  que  ambos  sabían  que  las  niñas  eran  tontas  y  las  hermanas,
      tremendamente ridículas.
        Pero aquél no era cualquier adulto. Aquél era el teniente Kotler.
        —Bueno —dijo Bruno ignorando la mirada de rabia que Gretel le dirigía—,
      aparte  de  ése,  ¿hay  algún  otro  sitio  donde  pueda  encontrar  un  neumático
      desechado?
        —Claro  que  sí  —dijo  el  teniente,  que  había  dejado  de  sonreír  y  de  pronto
      parecía estar aburriéndose con todo aquello—. Pero ¿para qué lo quieres?
        —Quiero  construir  un  columpio.  Ya  sabe,  con  un  neumático  y  cuerda,
      colgado de las ramas de un árbol.
        —Ah, ya. —Kotler asintió con la cabeza como si para él aquellas cosas sólo
      fueran recuerdos lejanos, pese a que, como Gretel había señalado, él tampoco
      era más que un adolescente—. Sí, yo también me hacía columpios cuando era
      pequeño. Mis amigos y yo pasamos tardes estupendas jugando con ellos.
        A Bruno le sorprendió tener algo en común con él (y más aún saber que el
      teniente Kotler había tenido amigos).
        —Así pues, ¿qué le parece? —preguntó—. ¿Hay alguno por aquí?
        Kotler lo miró fijamente, como si vacilara entre darle una respuesta directa o
      intentar alguna chanza más. Entonces vio a Pavel —el anciano que por las tardes
      acudía  a  la  cocina  a  pelar  las  hortalizas  para  la  cena,  antes  de  ponerse  la
      chaqueta blanca y servir la mesa— dirigiéndose hacia la casa, y por lo visto se
      decidió.
        —¡Eh, tú! —gritó, y añadió una palabra que Bruno no entendió—. Ven aquí…
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