Page 42 - El niño con el pijama de rayas
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pronto, resbaló del neumático justo cuando intentaba darse un nuevo impulso y
cayó de bruces al suelo, produciendo un ruido sordo.
Todo se volvió negro, pero al punto recuperó la visión y se incorporó. En ese
momento el neumático oscilaba hacia atrás y le golpeó la cabeza. El niño soltó un
grito y se apartó de su trayectoria. Cuando por fin logró ponerse en pie, le dolían
mucho un brazo y una pierna, pues había caído sobre ellos, aunque no creía que
los tuviera rotos. Se miró la mano y la vio cubierta de arañazos, y en el codo se
había hecho un buen rasguño. La pierna le dolía más que el brazo, y cuando se
miró la rodilla, que asomaba justo por debajo de sus pantalones cortos, vio un
ancho corte que parecía estar esperando a que Bruno lo descubriera, pues en ese
instante la herida empezó a sangrar profusamente.
—¡Vaya! —exclamó Bruno, y se preguntó qué debía hacer.
Pero no tuvo que preguntárselo mucho rato, ya que el roble donde había
construido el columpio estaba en el mismo lado de la casa que la cocina, y Pavel,
que se encontraba junto a la ventana pelando patatas, había visto el accidente.
Cuando el niño levantó de nuevo la cabeza, vio a Pavel corriendo hacia él, y
entonces se sintió lo bastante seguro para abandonarse a la sensación de mareo
que lo embargaba. Estuvo a punto de caerse, pero esta vez no llegó a tocar el
suelo, porque Pavel lo sujetó.
—No entiendo qué ha pasado —balbuceó—. No parecía peligroso.
—Te elevabas demasiado —dijo Pavel en voz baja—. Te he visto. Estaba
pensando que en cualquier momento te harías daño.
—Y me lo he hecho —dijo Bruno.
—Sí, eso parece.
Pavel lo llevó en brazos por el jardín hacia la casa, entró en la cocina y lo
sentó en una silla.
—¿Dónde está Madre? —preguntó Bruno, mirando alrededor en busca de la
primera persona a la que siempre recurría cuando tenía un problema.
—Me temo que tu madre todavía no ha regresado —dijo Pavel, que se había
arrodillado delante de Bruno para examinarle la rodilla—. Sólo estoy yo.
—Entonces ¿qué va a suceder? —Le entró un poco de miedo, una emoción
que quizá le provocaría el llanto—. Podría morir desangrado.
Pavel rio un poco y negó con la cabeza.
—No vas a morir desangrado —le aseguró; acercó un taburete y puso la
pierna de Bruno encima—. No te muevas. Ahí hay un botiquín.
El niño observó cómo cogía el botiquín verde de un armario y llenaba un
cuenco con agua, probándola primero con el dedo para asegurarse de que no
estaba demasiado fría.
—¿Tendrán que llevarme al hospital? —preguntó Bruno.
—No, no. —Pavel se arrodilló de nuevo a su lado, mojó un paño en el agua
del cuenco y se lo aplicó con cuidado en la rodilla. Bruno hizo una mueca de