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               EL CÁLIZ DEL MUNDO
               Tras la publicación del Mysterium,
               Kepler tenía  que comunicar su
               gran descubrimiento no solo a los
               expertos sino a todos los  hom-
               bres,  especialmente  a  los  más   1
               poderosos. Quería materializar su
               genial concepción del  universo
               en un «éáliz», una especie de ma-
               queta donde se fabricaran estruc-
               turas para alojar sólidos perfectos
               y  planetas. Ofreció la  construc-
               ción de la  maqueta del universo
               al duque de Württemberg. El cá-
               liz sería  de plata y mediría poco
               más de un ana, unidad más o me-
               nos equivalente a un  metro. Los
               planetas  serían  representados
               con piedras preciosas y de las es-  El  copón del mundo según el dibujo de Kepler.
               feras de las órbitas manarían dife-
               rentes bebidas cuidadosamente
               elegidas. Del Sol, aqua vitae;  de Mercurio, coñac; de Venus, aguamiel; de la
               Luna,  simplemente agua; de Marte, vermut fuerte; de Júpiter, delicioso vino
               blanco joven, y de Saturno, vino rancio fuerte o  cerveza. El  duque consultó
               con el  prestigioso Mastlin y como este diera una opinión muy favorable, or-
               denó que se construyera la  maqueta, si  bien antes pidió a Kepler que hiciera
               una de cobre. Pero Kepler no tenía ni dinero ni habilidad para hacerla. Era un
               matemático que poco sabía de artesanía, y los artesanos no sabían matemá-
               ticas. Ciertamente, la  realización  no era nada sencilla. La  hizo de papel, pero
               los artesanos no fueron muy hábiles y no supieron reproducirla.

               Un proyecto alternativo
               Kepler se  volvió a Graz.  Le  habían dado vacaciones por dos meses y él  se
               había tomado siete, haciendo las gestiones de la  impresión, que fueron pro-
              vechosas, y haciendo las gestiones del copón, que no lo fueron. Quiso hacer
               entonces una modificación que incluyera movimientos y que reprodujera la
               situación de los planetas en los distintos días para todo un siglo. No merecía
               la pena hacerlo con una precisión para miles de años «porque no es de espe-
               rar [aparte del Juicio Final] que una obra así permanezca sin  moverse en  un
               mismo sitio durante más de un centenar de años. Suelen producirse demasia-
              das guerras, incendios y otros cambios».  Sin embargo, ninguno de estos pro-
              yectos se llevó a cabo.









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