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EL MONOCORDIO CELESTIAL
            La  extrapolación cosmológica  del
            misticismo numérico por mediación
            de la música era, y sigue siendo, una
            idea tan poderosa y poética que em-
            briagó durante siglos a incontables
            pensadores y  artistas.  Fue uno de
            los aspectos de  la  cultura  clásica
            que el  humanismo se  afanó en  re-
            cuperar. En el  Renacimiento algunas
            catedrales se  diseñaron siguiendo
            proporciones musicales 2:1, 3:2 y 4:3.
            En 1623 el filósofo hermético Robert
            Fludd (157 4-1637), seguidor del mé-
            dico y alquimista Teofrasto Paracel-
            so (1493-1591),  publicó la obra Ana-
            tomiae Amphiteatrum, que contenía
            una ilustración que se haría célebre,
            mostrando  la  mano de  Dios  en  el
            acto de afinar un monocordio celes-
            tial. La  mano divina tensa  la cuerda
            en una tabla alrededor de la cual las
                                          La  célebre ilustración del monocordio
            órbitas ·planetarias se superponen a   celestial  incluida en  la obra Anatomie
            los intervalos de la escala musical.   Amphiteatrum.





          Ahora bien, el aspecto fanático de su pensamiento cerró a los
      pitagóricos a ideas más aptas para explicar los fenómenos natura-
      les y subyugó las leyes de la naturaleza a los ideales de belleza,
      simetría y armonía. No cabe duda de que la creencia inflexible en
      la supremacía de los números frenó durante siglos el progreso que
      hubiese supuesto formular otro tipo de modelos más adecuados
      para describir la complejidad del mundo.
          El ejemplo más claro de esta ceguera es la cosmología griega.
      Ya en el siglo m a.C.  las órbitas circulares no encajaban con los
      datos obseIVados. Entonces fueron reemplazadas por epiciclos, pe-
      queños círculos que se movían alrededor de una órbita circular cen-
      tral. Con el tiempo, el número de epiciclos fue aumentando hasta





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