Page 35 - HOMO_VIDENS
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En parte, esto debe ser así. Pero el mundo real no es espectáculo y el que lo convierte
                  en eso deforma los problemas y nos desinforma sobre la realidad; peor no podría ser El
                  aspecto más grave de esta preferencia espectacular por el ataque es que viola, en sus
                  más hondas raíces, el principio de toda convivencia cívica: el principio de oír a la otra
                  parte». Si se acusa a alguien se debe oír al acusado. Si se bloquean calles y trenes, se
                  debería oír mostrar a los damnificados, a los inocentes viajeros; pero casi nunca sucede
                  así. Por lo general, la televisión lleva a las pantallas sólo a quien ataca, al que se agita,
                  de  tal  modo  que  la  protesta  se  convierte  en  un  protagonista  desproporcionado  que
                  siempre actúa sinceramente (incluso cuando se ha equivocado de parte a parte). Atribuir
                  voces a las reclamaciones, a las quejas y a las denuncias está bien. Pero para servir de
                  verdad a una buena causa, y hacer el bien, es necesario que la protesta sea tratada con
                  imparcialidad. Donde hay una acusación, tiene que haber también una defensa. Si se
                  muestran imágenes de la persona que ataca, se deben transmitir también imágenes de la
                  persona atacada.

                     Sin embargo, el ataque en sí mismo es un «visible» y produce impacto; la defensa,
                  normalmente, es un discurso. Dios nos coja confesados. De este modo, la pantalla se
                  llena  de  manifestaciones,  pancartas,  personas  que  gritan  y  lanzan  piedras  e  incluso
                  cócteles Molotov y tienen siempre razón en las imágenes que vemos, porque a su voz
                  no se contrapone ninguna otra voz 17 Se diría que en el código de la televisión está
                  escrito  inaudita  altera  parte.  Y  está  llegando  a  ser  incluso  una  norma  que  el
                  entrevistador debe «simpatizar» con sus entrevistados (de tal manera que un asesino se
                  convierte en un «pobre» asesino que nos tiene que conmover). Y esto es un mal código
                  para una pésima televisión.



                     Concluyo  con  una  pregunta:  ¿valía  la  pena  disertar  —como  hemos  hecho  hasta
                  ahora—  sobre  información,  subinformación  y  desinformación?  Para  los  vídeo-niños
                  convertidos  en  adultos  por  el  negropontismo,  el  problema  está  resuelto  antes  de  ser
                  planteado. Peor incluso, los negropontinos ni siquiera entienden la pregunta. Mi teoría
                  es que informar es comunicar un contenido, decir algo. Pero en la jerga de la confusión
                  mediática, información es solamente el bit, porque el bit es el contenido de sí mismo. Es
                  decir,  en  la  red,  información  es  todo  lo  que  circula.  Por  tanto,  información,
                  desinformación, verdadero, falso, todo es uno y lo mismo. Incluso un rumor, una vez
                  que ha pasado a la red, se convierte en información. Así pues, el problema se resuelve
                  vaporizando la noción de información y diluyéndola n residuo en un comunicar que es
                  solamente «contacto Quien se aventura en la red informativa y se permite observar que
                  un rumor no informa o que una información falsa desinforma, es —para Negroponte y
                  sus seguidores— un infeliz que aún no ha comprendido nada, un despojo de una «vieja
                  cultura» muerta y enterrada. A la cual yo me alegro de pertenecer.
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