Page 50 - Cementerio de animales
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tenido en su matrimonio otras peleas y épocas de tirantez; pero ésta había sido la peor
           de todas. Él estaba triste, irritado y dolido, todo al mismo tiempo; quería hacer las

           paces, pero no sabía cómo, ni siquiera estaba seguro de que le correspondiera a él dar
           el primer paso. Parecía todo tan absurdo. Una tormenta en un vaso de agua. Habían
           tenido otras peleas y discusiones, sí, pero pocas tan fuertes como la suscitada por las
           lágrimas y las preguntas de Ellie. Louis suponía que no necesitarían muchos golpes

           como aquél para que un matrimonio sufriera daños graves en su estructura… Y luego
           un día, en lugar de leerlo en la carta de un amigo («Bueno, creo que es preferible que

           lo  sepas  por  mí  antes  que  por  otra  persona,  Lou;  Maggie  y  yo  vamos  a
           separarnos…») o en el periódico, te había tocado a ti.
               Se desnudó en silencio y puso el despertador a las seis. Luego, se duchó, se lavó
           el pelo, se afeitó y masticó una tableta de Rolaid antes de cepillarse los dientes; el té

           helado de Norma le había dado acidez. O tal vez fue el llegar a casa y ver a Rachel
           tan  apartada  en  su  lado  de  la  cama.  Todo  es  cuestión  de  territorio,  ¿no  lo  había

           estudiado así en una clase de Historia?
               Una vez concluido el día con aseo general, Louis se acostó…, y no pudo dormir.
           Había algo más, algo que le roía. No hacía más que pensar en los dos últimos días
           mientras  oía  a  Rachel  y  Gage  respirar  acompasadamente.  GEN  PATTON…

           HANNAH,  LA  PERRA  MÁS  BUENA  DEL  MUNDO…  MARTA  NUESTRA
           CONEJITA… Ellie, furiosa: «¡Yo no quiero que se muera Church…! ¡No es el gato

           de Dios! ¡Que Dios se busque otro gato!» Y Rachel, no menos furiosa: «Tú, como
           médico,  deberías  saber…»  Norma  Crandall  diciendo:  «Es  como  si  todo  el  mundo
           quisiera olvidarse de ello…» Y Jud, con una terrible firmeza en la voz, una voz de
           otro tiempo: «A veces, se sentaba a cenar contigo y hasta sentías su dentellada en el

           trasero.»
               Y aquella voz se confundía con la de su madre, que, cuando Louis Creed tenía

           cuatro años, le mintió acerca del sexo, pero luego, a los doce, le dijo la verdad cuando
           su prima Ruthie murió en un estúpido accidente de automóvil, aplastada en el coche
           de su padre por un tractor de Obras Públicas conducido por un niño que, al ver las
           llaves puestas, decidió ir a dar un paseo y luego descubrió que no sabía pararlo. El

           niño  sólo  sufrió  contusiones  sin  importancia;  pero  el  Fairlane  del  tío  Carl  quedó
           destrozado. «Ruthie no puede haber muerto», respondió él a la escueta afirmación de

           su  madre.  Él  oía  las  palabras,  pero  era  incapaz  de  entender  su  significado.  «¿Qué
           estás  diciendo,  muerta?  ¿De  qué  hablas?»  Y  luego,  recapacitando:  «¿Y  quién  la
           enterrará?» Porque el padre de Ruthie era enterrador, pero Louis no podía imaginar

           que  su  tío  Carl  se  encargara  de  organizar  el  funeral.  Y  él,  aturdido  y  asustado,  se
           aferraba  a  aquella  pregunta  como  si  fuera  lo  más  importante.  Era  una  auténtica
           adivinanza como la de, ¿quién corta el pelo al barbero del pueblo?

               «Supongo  que  lo  hará  Donny  Donahue»,  repuso  su  madre.  Tenía  los  ojos




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