Page 46 - Cementerio de animales
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—Espero que Ellie no se impresionara mucho —dijo Jud Crandall aquella noche,
y una vez más Louis pensó que aquel hombre tenía la rara, e inquietante, habilidad de
poner el dedo en la llaga.
Él, Jud y Norma Crandall estaban sentados en el porche, tomando el fresco del
anochecer y bebiendo té helado en lugar de cerveza. Por la 15 zumbaba un tráfico
bastante intenso de regreso del fin de semana: aquella bonanza no podía durar, y cada
fin de semana podía ser el último del verano y había que aprovecharlo, pensaba
Louis. Al día siguiente, empezaría a desempeñar plenamente sus funciones en la
enfermería de la Universidad de Maine. Durante todo el día de ayer y de hoy habían
estado llegando los estudiantes, llenando apartamentos en Orono y dormitorios del
campus, haciendo camas, renovando amistades y, sin duda, lamentándose de la
llegada de otro curso, con clases desde las ocho de la mañana y comida insípida.
Rachel seguía mostrándose fría con él —más que fría, gélida— y Louis estaba seguro
de que, cuando volviera a casa aquella noche, la encontraría dormida, probablemente,
con Gage y, los dos, acurrucados tan al borde de la cama que el niño correría peligro
de caer al suelo. El resto de la cama, casi las tres cuartas partes, sería como un gran
desierto desolado.
—Decía que espero…
—Perdona —dijo Louis—. Estaba pensando en las musarañas. Sí, está un poco
nerviosa. ¿Cómo lo adivinaste?
—Como ya te dije, por aquí han pasado muchos niños. —Tomó suavemente la
mano de su mujer y le sonrió—. ¿Verdad, querida? Llegan y se van.
—Muchos, muchos —dijo Norma Crandall—. A nosotros nos encantan los niños.
—Para algunos, ese cementerio de animales es el primer contacto real con la
muerte —dijo Jud—. Ellos ven morir a la gente en la tele, pero saben que eso es de
mentirijillas, como en las películas del Oeste que antes ponían los sábados por la
tarde. En las películas, la gente se lleva las manos al estómago o al pecho y cae al
suelo. Pero ese sitio de ahí arriba, en la colina, a la mayoría les parece mucho más
real que todas las películas habidas y por haber, ¿comprendes?
Louis asintió pensando: «¿Por qué no se lo cuentas a mi mujer?»
—A algunos niños no les afecta en absoluto; por lo menos, no lo acusan, aunque
imagino que a la mayoría les queda dentro y luego lo van rumiando poco a poco, lo
mismo que se meten en el bolsillo todas esas cosas que coleccionan, y se las llevan a
casa para mirarlas despacio. La mayoría no tienen problemas. Pero otros… ¿Te
acuerdas del pequeño Symonds, Norma?
Ella asintió. El hielo tintineó suavemente en el vaso que tenía en la mano.
Llevaba las gafas colgadas de una cadena y los faros de un coche la iluminaron
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