Page 47 - Cementerio de animales
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brevemente.
               —Tenía cada pesadilla… —dijo—. Soñaba con cadáveres que salían de la tierra,
           qué sé yo. Luego, se le murió el perro… Comió un cebo envenenado, o eso dijo la

           gente del pueblo, ¿no, Jud?
               —Un cebo envenenado —dijo Jud moviendo afirmativamente la cabeza—. Eso se
           dijo,  sí.  Fue  en  1925.  Billy  Symonds  tendría  entonces  diez  años.  Luego  llegó  a

           senador  del  estado  y  más  tarde  se  presentó  a  las  elecciones  para  la  Cámara  de
           Representantes, pero las perdió. Fue poco antes de lo de Corea.
               —Él y sus amigos organizaron un funeral por el perro —recordó Norma—. No

           era más que un perro callejero, pero él lo quería mucho. Recuerdo que sus padres se
           oponían a lo del entierro, por las pesadillas y demás, pero todo salió bien. Dos de los
           chicos mayores le hicieron un ataúd, ¿verdad, Jud?

               Jud asintió y apuró su té helado.
               —Dean  y  Dana  Hall  —dijo—.  Ellos  y  aquel  otro  chico  que  andaba  con  Billy,

           ahora no me acuerdo cómo se llamaba, pero me parece que era uno de los hermanos
           Bowie:  ¿Te  acuerdas  de  los  Bowie,  que  vivían  en  Middle  Drive,  en  la  vieja  casa
           Brochette, Norma?
               —¡Sí! —dijo Norma tan excitada como si hubiera ocurrido la víspera…, y tal vez

           así le parecía a ella—. Era un Bowie, Alan o Burt…
               —O  puede  que  fuera  Kendall  —dijo  Jud—.  De  todos  modos,  recuerdo  que

           tuvieron una discusión sobre quién iba a llevar el ataúd. El perro no era muy grande,
           por lo que no daba más que para dos personas. Los Hall decían que debían ser ellos
           los  que  lo  llevaran,  porque  el  ataúd  lo  habían  hecho  ellos,  y  también  porque  eran
           gemelos y formaban una pareja a juego. Billy decía que ellos no conocían a Bowser,

           así se llamaba el perro, lo suficiente para ser quienes lo llevaran. Dice mi padre que
           son los amigos más íntimos los que llevan el ataúd y no cualquier carpintero, gritaba

           él. —Jud y Norma se echaron a reír y Louis sonrió.
               —A punto estaban ya de liarse a puñetazos, cuando Mandy Holloway, la hermana
           de  Billy,  salió  con  el  cuarto  tomo  de  la  Enciclopedia  Británica  —dijo  Jud—.  Su
           padre, Stephen Holloway, era el único médico que había entre Bangor y Bucksport en

           aquella  época,  Louis,  y  la  suya,  la  única  familia  de  Ludlow  que  poseía  una
           enciclopedia.

               —También fueron los primeros en tener luz eléctrica —apuntó Norma.
               —De todos modos —continuó Jud—, lo cierto es que Mandy salió muy tiesecita,
           como si se hubiera tragado el palo de la escoba, como decía mi madre, con sus ocho

           años, las enaguas volando al viento y aquel libro enorme en los brazos. Billy y el
           chico Bowie (me parece que era Kendall, el que se estrelló y se quemó en Pensacola
           en 1942, entrenando a pilotos de guerra), iban a zumbar a los gemelos Hall por el

           privilegio de llevar al cementerio al pobre chucho envenenado.




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