Page 48 - Cementerio de animales
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Louis empezó a reír por lo bajo y luego soltó una carcajada. Sentía relajarse la
           tensión que le había dejado su pelea de aquella mañana con Rachel.
               —La niña salió gritando: «¡Esperad! ¡Esperad! ¡Mirad esto!» Ellos se quedaron

           quietos y que me ahorquen si…
               —Jud —reconvino Norma.
               —Perdona, cariño. Cuando me embalo, no puedo reprimirme, ya lo sabes.

               —Sí, ya lo sé —dijo ella.
               —Bueno, la niña tenía el libro abierto por la página de FUNERALES y allí había
           una fotografía de la reina Víctoria, recibiendo el último adiós y "bon voyage" con

           más de cincuenta personas a cada lado del ataúd, unas sudando con el armatoste a
           cuestas y otras sólo de pie, vestidas de punta en blanco, como para ir a las carreras. Y
           dice Mandy: «En un entierro de lujo puedes poner a toda la gente que quieras. Lo

           dice el libro.»
               —¿Eso resolvió el problema? —preguntó Louis.

               —Eso  zanjó  la  cuestión.  Al  final  eran  más  de  veinte  chavales  y,  ¡canastos!,
           estaban lo mismo que la foto que Mandy había encontrado, aparte las chisteras y las
           levitas. Mandy lo organizó todo, sí señor. Los puso en fila y dio a cada uno una flor
           silvestre,  un  diente  de  león,  una  campanilla,  una  margarita,  y  allá  se  fueron.  Qué

           caray, yo he dicho siempre que el país perdió a un buen elemento al no votar a Mandy
           Holloway para el Congreso de Estados Unidos. —Se echó a reír moviendo la cabeza

           —. De todos modos, desde entonces Billy Symonds dejó de tener pesadillas sobre el
           cementerio de los animales. Lloró a su perro, luego se consoló y la vida continuó. Es
           lo que nos pasa a todos, supongo.
               Louis volvió a pensar en la actitud casi histérica de Rachel.

               —Tu Ellie lo superará —dijo Norma revolviéndose en el asiento—. Pensarás que
           no sabemos hablar más que de la muerte, Louis. Jud y yo ya tenemos muchos años,

           pero no somos macabros.
               —Pues claro que no —dijo Louis—. Qué ocurrencia.
               —Pero no creas que es mala cosa ir haciéndose a la idea. Hoy en día… no sé…
           nadie habla de la muerte, ni piensa en ella. La han quitado de la tele porque imaginan

           que puede impresionar a los niños… Y la gente quiere los ataúdes cerrados, para no
           ver al muerto, ni decirle adiós… Es como si todo el mundo quisiera olvidarse de ello.

               —Pero, al mismo tiempo, van y ponen la tele por cable, con todas esas películas
           en las que la gente sale… —Jud miró a Norma y carraspeó— haciendo lo que suele
           hacerse con las persianas echadas. Es curioso cómo cambia todo de una generación a

           otra.
               —Sí —dijo Louis—; muy curioso.
               —Bueno, nosotros somos de otra época —dijo Jud, casi en tono de disculpa—.

           Nosotros  estábamos  más  acostumbrados  a  la  muerte.  Después  de  la  Gran  Guerra,




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