Page 85 - Cementerio de animales
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Aunque sólo pudo entrever fugazmente lo que había al otro lado del montón de
           troncos  antes  de  que  aquel  movimiento  le  pusiera  nervioso,  habría  jurado  que  el
           sendero continuaba, bosque adentro.

               «Eso a ti no te importa, Louis. Déjalo ya.»
               «Está bien, jefe.»
               Louis dio media vuelta y regresó a casa.

               Aquella noche, Louis se quedó leyendo una hora después de que Rachel subiera a
           acostarse, leyendo una serie de revistas médicas que ya había visto y negándose a
           reconocer que la idea de irse a la cama —de dormir— le ponía nervioso. Nunca había

           tenido  una  experiencia  de  sonambulismo,  y  no  había  forma  de  saber  si  iba  a
           repetirse…, hasta que se repetía.
               Oyó que Rachel se levantaba y le llamaba suavemente desde lo alto de la escalera.

               —¿Lou? ¿Subes, cariño?
               —Ahora  mismo  —dijo  él,  apagando  la  luz  de  sobremesa  de  su  estudio  y

           poniéndose en pie.



                                                            * * *



               Aquella  noche  tardó  mucho  más  de  siete  minutos  en  desconectar  la  máquina.
           Mientras  oía  respirar  profundamente  a  Rachel  a  su  lado,  la  aparición  de  Víctor
           Pascow le parecía menos cosa de sueño. Cada vez que cerraba los ojos, veía abrirse

           bruscamente la puerta y allí estaba él, Nuestra Estrella Invitada Víctor Pascow, con
           sus "shorts", su lívido bronceado y su clavícula salida.
               Parecía que iba a quedarse dormido cuando, al pensar lo que sería despertarse en

           Pet Sematary, entre aquellos círculos concéntricos iluminados por la luna, y tener que
           volver andando, despierto, por aquel bosque, ya volvía a estar desvelado.
               Eran más de las doce cuando, por fin, el sueño le pilló desprevenido y se lo echó

           al saco. Aquella noche no soñó. A la mañana siguiente, despertó puntualmente a las
           siete y media y oyó repicar en los cristales la fría lluvia del otoño. Levantó la ropa de

           la cama con cierta zozobra. Las sábanas estaban impecables. Sus pies, con el dedo
           martillo y los callos, no podían optar a este calificativo; pero, por lo menos, estaban
           limpios.
               Cuando quiso darse cuenta, Louis estaba silbando en la ducha.


















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