Page 87 - Cementerio de animales
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Pasó el verano indio. A los árboles les salieron vivos colores que brillaron
efímeramente y se diluyeron. A mediados de octubre, tras unas lluvias frías y
torrenciales, empezaron a caer las hojas. Ellie volvía a casa cargada de adornos para
la víspera de Todos los Santos que hacía en la escuela y contaba a Gage el cuento del
Jinete sin Cabeza. Gage se pasó una tarde discurseando animadamente a cerca de un
tal Chiete Sinuesa. A Rachel le entró la risa y no podía parar. Aquel principio de
otoño fue una época muy grata para todos.
El trabajo de Louis se había encauzado en una rutina exigente pero agradable.
Visitaba a los pacientes, asistía a las reuniones del Consejo de Colegios
Universitarios, escribía las cartas de rigor al periódico universitario para advertir a los
estudiantes de que la enfermería trataba las enfermedades venéreas con la máxima
discreción o recomendarles que se vacunaran contra la gripe, ya que para el invierno
se esperaba otra epidemia del tipo A. Asistía a juntas. Presidía comités. Durante la
segunda semana de octubre, asistió a la Conferencia sobre Medicina Universitaria en
Nueva Inglaterra, que se celebró en Providence, y presentó un trabajo acerca de las
repercusiones jurídicas de la asistencia médica a estudiantes. En su trabajo
mencionaba a Víctor Pascow con el seudónimo de "Henry Montez". El trabajo fue
bien recibido. Empezó a preparar el presupuesto de la enfermería para el siguiente
año académico.
También sus tardes seguían una rutina: cena, niños, un par de cervezas con Jud
Crandall… A veces, si Missy podía quedarse un rato con los niños, Rachel iba con él,
y Norma se unía al grupo; pero casi siempre estaban Louis y Jud solos. Louis se
encontraba a sus anchas en compañía del viejo, que contaba historias de Ludlow que
databan hasta de trescientos años antes, como si las hubiera vivido. Jud hablaba
mucho, pero nunca divagaba. Louis no se cansaba de escucharle, aunque más de una
vez había sorprendido a Rachel ahogando un bostezo.
Casi todas las noches, Louis regresaba a su casa antes de las diez y, casi todas las
noches, hacía el amor con Rachel. Nunca, desde el primer año de matrimonio, lo
habían hecho tan a menudo y, nunca, tan satisfactoriamente. Rachel decía que debía
de ser por el agua del pozo artesiano y Louis lo atribuía a los aires de Maine.
La trágica muerte de Víctor Pascow, acaecida el primer día del curso empezó a
borrarse de la memoria del alumnado y de la de Louis. La familia, sin duda, seguiría
llorándole. Louis habló por teléfono con el padre de Pascow, le impresionó oír su voz
rota —y menos mal que no tuvo que verle la cara—, llamó para cerciorarse de que se
había hecho todo lo humanamente posible, y Louis le aseguró que así era. No le habló
de la confusión, ni de la mancha que iba creciendo en la moqueta, ni le dijo que el
muchacho prácticamente murió en el acto, aunque éstas eran cosas que el propio
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