Page 92 - Cementerio de animales
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pero no histérica.
—No —dijo, y enseguida—: Sí. Moje un paño, por favor. Escúrralo bien y
póngaselo en la frente.
La mujer se puso en movimiento. Louis miró a Norma. Ella había vuelto a abrir
los ojos.
—Louis, me caí —susurró—. Creo que me desmayé.
—Has tenido algo de coronarias —dijo Louis—. No parece grave. Ahora quédate
tranquila y callada, Norma.
Louis descansó unos momentos y le tomó el pulso otra vez. Las pulsaciones eran
muy rápidas. Hacían lo que el doctor Tucker de la Facultad de Medicina de Chicago
llamaba el mensaje en morse: el corazón latía varias veces con regularidad, luego
hacía algo que era casi como una fibrilación y volvía a latir normalmente. Pumba-
pumba-pumba, cras-cras-cras, pumba-pumba-pumba. No era muy bueno, pero mejor
que la arritmia.
La mujer puso el paño húmedo en la frente de Norma y se retiró titubeando.
Entonces entró Jud con el maletín.
—¿Louis?
—Se pondrá bien —dijo Louis mirando a Jud, pero hablando a Norma—. ¿Viene
la ambulancia?
—Tu mujer estaba hablando con ellos. No esperé a que terminara.
—Hospital… no —susurró Norma.
—Hospital, sí—dijo Louis—. Cinco días en observación, tratamiento y luego a
casa a descansar, Norma, guapa. Y como digas una palabra más, te hago comer todas
esas manzanas con el corazón y todo.
Ella sonrió débilmente y volvió a cerrar los ojos.
Louis abrió el maletín, revolvió en su interior, sacó el frasco del Isodil y extrajo
una pastilla. Era tan pequeña como la media luna de una uña. Tapó el frasco y tomó la
pastilla entre el índice y el pulgar.
—Norma, ¿me oyes?
—Sí.
—Quiero que abras la boca. Tú has hecho tu numerito y ahora vas a recibir el
premio. Te pondré una pastilla debajo de la lengua. Es muy pequeña. Mantenla ahí
hasta que se disuelva. Es un poco amarga, pero eso es lo de menos, ¿de acuerdo?
Ella abrió la boca. El aliento le olía a dentadura rancia, y Louis sintió una
profunda compasión hacia aquella mujer que estaba tendida en el suelo de su cocina,
entre un revoltijo de manzanas y caramelos. Pensó que un día habría tenido diecisiete
años y que los chicos del vecindario le habrían mirado el escote con interés, y todos
los dientes serían suyos, y aquel corazón, un robusto motor.
Ella puso la lengua encima de la pastilla e hizo una pequeña mueca. La pastilla
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