Page 97 - Cementerio de animales
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               Al día siguiente, Louis llamó por teléfono a la unidad de cuidados intensivos del
           Centro Médico de Maine Oriental. El estado de Norma aún se consideraba crítico,

           pero  esto  era  lo  habitual  durante  las  veinticuatro  horas  siguientes  a  un  ataque  al
           corazón. Louis escuchó una opinión mucho más optimista del doctor Weybridge, el
           médico de Norma.

               —Yo no lo llamaría ni un pequeño infarto —dijo—. No hay necrosis. Gracias a
           usted, doctor Creed.

               Impulsivamente, Louis pasó por el hospital al cabo de unos días con un ramo de
           flores y descubrió que Norma había sido trasladada a una habitación semiprivada de
           la planta baja. Buena señal. Jud estaba con ella.
               Norma  alabó  las  flores  y  tocó  el  timbre  para  pedir  un  jarrón  a  la  enfermera.

           Luego, estuvo dando instrucciones a Jud hasta que estuvieron en agua, arregladas a su
           gusto y colocadas sobre la cómoda del rincón.

               —Mamá se encuentra mucho mejor —comentó Jud secamente, después de haber
           manoseado las flores por tercera vez.
               —No seas impertinente, Judson —dijo Norma.
               —No, señora.

               Por fin, Norma miró a Louis.
               —Quiero  darte  las  gracias  por  lo  que  hiciste  —dijo  con  una  timidez

           completamente natural y, por lo tanto, doblemente conmovedora—. Dice Jud que te
           debo la vida.
               —Exagera —dijo Louis, violento.
               —Nada de eso —protestó Jud. Miraba a Louis con los ojos entornados y casi con

           una sonrisa—. ¿No te decía tu madre que nunca se deben rechazar las gracias?
               Su madre no decía nada de eso, por lo menos, que Louis recordara. Lo que sí dijo

           una vez era que la falsa modestia encerraba medio pecado de orgullo.
               —Norma —dijo—. Si algo hice fue con mucho gusto.
               —Eres una buena persona —dijo Norma—. Y ahora llévate a este hombre donde

           pueda invitarte a una cerveza. Tengo sueño y no consigo librarme de él.
               Jud se levantó rápidamente.
               —¡Canastos! No hay más que hablar. Vámonos antes de que cambie de parecer.




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               La  primera  nevada  cayó  una  semana  antes  del  día  de  Acción  de  Gracias.  El
           veintidós de noviembre cayeron otros diez centímetros, pero el día antes de la fiesta




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