Page 100 - Cementerio de animales
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Al fin, Rachel consiguió apaciguarlos (cuando los dos habían tenido tiempo de
arrepentirse de lo dicho, aunque ninguno modificó la opinión que tenía del otro). No
hubo más melodrama, ni, desde luego, frases abominablemente teatrales como «desde
este momento, ya no tengo hija». Probablemente, Goldman no habría renegado de su
hija ni aunque Rachel se hubiera casado con el monstruo de la laguna Negra. No
obstante, la cara que asomaba entre las solapas del chaqué de Irwin Goldman el día
en que su hija contrajo matrimonio con Louis, tenía un gran parecido con las que
están esculpidas en algunos sarcófagos egipcios. Su regalo de bodas fue una vajilla de
porcelana Spode de seis servicios y un horno microondas. De dinero, nada. Durante
la mayor parte de los agitados años de facultad de Louis, Rachel trabajó de
dependienta en una tienda de modas. Y desde aquel día hasta hoy Rachel no supo
sino que las relaciones entre sus padres y su marido seguían siendo «tensas»…,
especialmente entre su padre y Louis.
Louis hubiera podido ir a Chicago con su familia. Si bien el calendario de la
universidad le obligaba a regresar tres día antes que Rachel y los niños, no era eso lo
malo; para él, lo malo habría sido tener que pasar cuatro días con Imhotep y su
esposa, la Esfinge.
Los niños habían conquistado a los abuelos, como suele ocurrir. Y Louis
sospechaba que él hubiera podido consumar la total reconciliación sólo con simular
que había olvidado la escena de aquella noche en el estudio de Goldman. Aunque su
suegro comprendiera que no era más que simulación. Pero la verdad era (y él tenía
por lo menos el valor de admitirlo) que Louis no deseaba aquella reconciliación. Diez
años es mucho tiempo, pero no el suficiente como para quitarle el mal sabor de boca
que le entró cuando, ante unas copas de coñac, el viejo metió la mano en aquel
ridículo esmoquin y sacó el talonario que anidaba en su interior. Sí; Louis sintió un
gran alivio al comprobar que no se habían descubierto las noches —cinco en total—
que Rachel pasó en su pequeño y astroso apartamento; pero el asco y la indignación
estaban justificados, y los años no los habían mitigado.
Louis hubiese podido ir a Chicago; pero prefirió enviar a su suegro los nietos, la
hija, y recuerdos.
El Delta 727 se apartó de la rampa, viró… y Louis distinguió a Ellie en una de las
ventanillas de delante, agitando la mano frenéticamente. Él saludó también,
sonriendo, y entonces alguien —Ellie o Rachel— arrimó a Gage a la ventanilla. Louis
agitó el brazo y Gage hizo otro tanto, quizá porque le había visto o quizá imitando a
Ellie.
—Buen viaje —murmuró Louis. Luego, se subió la cremallera del chaquetón y se
dirigió al parking. Allí el vendaval que silbaba y rugía con fuerza, casi le arrancó el
gorro de caza, y él lo apretó con la mano. Mientras sacaba las llaves, el reactor asomó
por detrás de la terminal atronando con sus turbos y Louis se volvió y lo vio elevarse
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