Page 104 - Cementerio de animales
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y perceptible, pero él no encontraba metáfora que lo concretara. Algo amorfo. Se
sentía aislado, eso era: incapaz de conectar.
Divisó a Jud al otro lado de la carretera, envuelto en su gran chaquetón verde de
pluma. La capucha ribeteada de piel le sombreaba la cara. Allí, de pie en el helado
jardín, parecía una estatua, otra cosa sin vida en aquel paisaje crepuscular, en el que
no cantaba ni un pájaro.
Cuando Louis iba a cruzar, Jud se movió haciéndole retroceder con un ademán.
Le gritó algo que Louis no entendió porque el viento le zumbaba en los oídos. Louis
dio un paso atrás, advirtiendo de pronto que el silbido del viento había aumentado.
Un instante después sonó un fuerte claxon y pasó rugiendo un camión de la Orinco,
tan cerca que el aire le pegó los pantalones a las piernas. Caray, por poco no se había
metido debajo de las ruedas.
Cuando se dispuso otra vez a cruzar, miró en ambos sentidos. Sólo se veían las
luces traseras de la cisterna que se diluían en la penumbra.
—Creí que te pillaba el camión —dijo Jud—. Has de tener cuidado, Louis. —Ni
aun estando tan cerca distinguía Louis las facciones de Jud, y persistía en él la
extraña sensación de que aquella figura podía ser cualquiera.
—¿Y Norma? —preguntó Louis, sin mirar el bulto peludo que estaba a los pies de
Jud.
—Se ha ido al oficio de Acción de Gracias —dijo Jud—. Y luego se quedará a la
cena de la parroquia, imagino, aunque estoy seguro de que no va a probar bocado. No
tiene apetito. —Una ráfaga de viento levantó la capucha y Louis vio que era Jud, en
efecto. ¿Y quién podía ser, si no?—. No es más que una excusa para quedarse a
cotorrear. No creo que, después de la comilona del mediodía, tomen más que unos
bocadillos. Regresará a eso de las ocho.
Louis se arrodilló para mirar al gato. «Que no sea Church —pensaba, mientras le
volvía suavemente la cabeza con una mano enguantada—. Que sea otro gato. Ojalá
Jud esté equivocado.»
Pero era Church, desde luego. El animal no estaba reventado ni desfigurado,
como si le hubiera pasado por encima alguno de aquellos camiones-cisterna y
grandes remolques que circulaban por la carretera 15. («¿Y qué hacía aquel camión
Orinco en la carretera el día de Acción de Gracias?», se preguntó Louis
distraídamente.) Había quedado con los ojos entreabiertos, mates como dos canicas
verdes. Había sacado sangre por la boca; no mucha, la suficiente para mancharle su
peto blanco.
—¿Es el vuestro, Louis?
—El nuestro —suspiró él.
Por primera vez, advertía que también él quería a Church, no con el
apasionamiento de Ellie, sino a su manera, distraídamente. Durante las semanas que
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