Page 105 - Cementerio de animales
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siguieron al capado, Church cambió, se hizo lento y perezoso y engordó. Estableció
una rutina que le llevaba de la cama de Ellie al sofá y del sofá al plato. Nunca salía de
casa. Ahora, muerto, se parecía al viejo Church. La boca, pequeña y ensangrentada,
llena de dientecitos como alfileres, estaba abierta en una mueca pendenciera. Los
apagados ojos parecían furiosos. Era como si, tras la abulia de su breve existencia de
castrado, en el momento de su muerte, Church hubiera recobrado su verdadera
naturaleza.
—Sí, es Church —dijo Louis—. Maldito si sé cómo darle la noticia a Ellie.
Se le ocurrió una idea. Enterraría a Church arriba, en Pet Sematary, pero sin estela
ni bobadas. Aquella noche, cuando hablaran por teléfono, no diría nada a Ellie acerca
de Church, mañana mencionaría de pasada que no había visto al gato en todo el día, y
pasado insinuaría que tal vez Church se había ido. Algunos gatos hacían eso. Ellie se
llevaría un disgusto, sí, pero no se lo plantearía como algo irremediable y
definitivo… El no tendría que volver a enfrentarse con la negativa actitud de Rachel
frente a la muerte…, y poco a poco se olvidarían del animal…
«Cobarde», sentenció una parte de su mente.
«Sí… no lo discuto. Pero ¿de qué iba a servir armar alboroto?»
—Ellie quiere mucho al gato, ¿no? —preguntó Jud.
—Sí —dijo Louis, ausente. Volvió a mover la cabeza de Church. El animal
empezaba a estar rígido, pero la cabeza le bailaba. El cuello roto. Eso. Ahora Louis
creía poder adivinar lo sucedido. Church estaría cruzando la carretera —el motivo
sólo Dios lo sabía—, cuando un coche o un camión, de un topetazo, le rompió el
cuello y lo lanzó al jardín de Jud Crandall. O quizá el animal se había partido el
cuello al caer sobre el hielo. Eso carecía de importancia; lo cierto era que Church
estaba muerto.
Louis levantó la cabeza hacia Jud, pero el viejo miraba la pálida franja anaranjada
del horizonte. Tenía la capucha ligeramente echada hacia atrás y su rostro estaba
pensativo, severo, casi hosco.
Louis sacó del bolsillo la bolsa de plástico verde y la desdobló, sosteniéndola con
fuerza para que el viento no se la arrancara de las manos. El penetrante crujido del
plástico sacó a Jud de su abstracción.
—Sí, estoy seguro de que le quiere mucho.
Resultaba extraño oírle hablar en presente… Toda la escena, con la luz del
crepúsculo, el frío y el viento parecía extraña y rocambolesca.
«Aquí está Heathcliff, en el páramo desolado de Cumbres Borrascosas —pensó
Louis contrayendo la cara contra el viento—. Ahora se dispone a meter al gato de la
familia en una bolsa de basura. Sí, señor.»
Agarró al animal por la cola, abrió la bolsa y levantó al gato. Frunció el entrecejo
con expresión de repulsión y pena al oír el sonido que hizo el cuerpo del gato al
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