Page 103 - Cementerio de animales
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los pechos no tira bruscamente de la sábana y se presenta como una Venus sobre la
concha. Uno ve un pecho, una vulva, un muslo. El resto está cubierto por una sábana.
Además, siempre hay una enfermera delante, más para salvaguardar la reputación del
médico que para otra cosa. Pero Wicky no se dejó convencer. Una teta siempre es una
teta, era su tesis, y un chocho, un chocho. Y tú o tienes que estar caliente a todas
horas o no estarlo nunca. Lo único que Louis supo responder fue que la teta de tu
mujer es diferente.
«Del mismo modo que uno supone que su familia es diferente», pensaba ahora.
Todos daban por sentado que a Church no podía pasarle nada porque estaba dentro
del círculo mágico de la familia. Lo que Louis no consiguió hacer comprender a
Wicky era que los médicos hacían distinciones lo mismo que todo el mundo. Una teta
no era una teta como no fuera la de tu mujer. En el consultorio, una teta era un caso.
Uno podía hablar de la leucemia infantil y dar cifras durante un simposio; pero si uno
de tus chavales la pillaba te quedabas lívido y sin poder creerlo. ¿Mi hijo? O, incluso:
¿el gato de mi hija? Doctor, usted no puede hablar en serio.
«Bueno, tranquilo. Las cosas, por sus pasos contados.»
Pero era difícil conservar la calma al recordar cómo se puso Ellie sólo de pensar
que Church podía morir un día.
«Estúpido gato de mierda. ¿Por qué tendríamos un jodido gato? Eso es lo que yo
quisiera saber.»
«Pero el jodido gato ya no jodía Y eso debía impedir que se muriese.»
—¿Church? —llamó Louis, pero sólo se oía el roncar de la caldera, quemando
dólares y dólares. El sofá de la sala, donde últimamente Church pasaba casi todo el
día, estaba vacío. No estaba en ninguno de los radiadores. Louis hizo sonar el plato
del gato, el único medio infalible para hacerle acudir; pero esta vez no vino gato
alguno… ni vendría ya nunca más, por desgracia.
Louis se puso el chaquetón y el gorro y se fue hacia la puerta. Luego, volvió
sobre sus pasos. Admitiendo el dictado del sentido común, abrió el armario del
fregadero y se agachó. Allí se guardaban bolsas de plástico de dos clases: pequeñas y
blancas para las papeleras de la casa y grandes y verdes para el cubo de la basura.
Louis tomó una de las verdes, Church había engordado desde la operación.
Guardó la bolsa en el bolsillo del chaquetón, pues no le gustaba sentir en los
dedos el contacto frío y resbaladizo del plástico. Salió por la puerta principal y se
dirigió a casa de Jud.
Eran alrededor de las cinco y media y casi estaba oscuro. El paisaje tenía un
aspecto tétrico. El último resplandor de ocaso era una extraña franja anaranjada en el
horizonte, al otro lado del río. El viento soplaba en paralelo a la carretera, cortando
las mejillas de Louis y arrastrando las nubéculas blancas de su aliento. Él tiritó, pero
no del frío. Fue una sensación de soledad lo que le hizo estremecerse. Era algo fuerte
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