Page 99 - Cementerio de animales
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habían  tomado  a  Louis  entre  ojos  desde  el  principio.  Él  procedía  de  un  barrio
           humilde, pero eso era lo de menos. Lo peor era que, por lo visto, esperaba que Rachel
           le mantuviera mientras él estudiaba su carrera en la que, sin duda, fracasaría.

               Louis hubiera podido transigir con esto; en realidad, lo soportaba. Pero entonces
           ocurrió algo, algo que Rachel no sabía ni sabría nunca… por lo menos, por Louis.
           Irwin Goldman le ofreció pagarle todos los estudios. El precio de la «beca» (así lo

           llamó Goldman) era que Louis rompiera con Rachel inmediatamente.
               Louis Creed no se encontraba en momento propicio para hacer frente a semejante
           insulto; pero tan melodramáticas proposiciones (o sobornos, para llamar al pan, pan y

           al  vino,  vino)  rara  vez  se  plantean  a  personas  que  se  encuentren  en  momento
           propicio, el cual podría darse alrededor de los ochenta y cinco años. Primeramente,
           estaba cansado. Pasaba dieciocho horas semanales en clase, veinte empollando, otras

           quince sirviendo mesas en una pizzería situada cerca del hotel Whitehall. Además,
           estaba  nervioso.  La  insólita  jovialidad  que  mostró  Mr.  Goldman  aquella  noche

           contrastaba  violentamente  con  su  frialdad  habitual,  y  cuando  Goldman  le  invitó  a
           pasar al estudio a fumar un cigarro, Louis creyó advertir que el matrimonio Goldman
           intercambiaban  una  mirada  significativa.  Después  —mucho  después,  cuando  pudo
           enfocar el incidente con cierta perspectiva— Louis se diría que algo parecido debían

           de sentir los caballos al olfatear el primer humo de un incendio en la pradera. Estaba
           temiendo que, de un momento a otro, Goldman le echase en cara haberse acostado

           con su hija.
               Pero cuando, en lugar de eso, Goldman le hizo aquella inefable oferta —llegando
           incluso a sacar el talonario de cheques del bolsillo interior del esmoquin, lo mismo
           que  un  rufianesco  personaje  de  una  comedia  de  Noel  Coward  y  agitarlo  ante  sus

           narices—, Louis estalló. Acusó a Goldman de pretender conservar a su hija como una
           pieza de museo, de no tener consideración con los demás, y le llamó cerdo arrogante

           y cerril. Louis tardó mucho tiempo en reconocer que aquella indignación, en gran
           medida, estaba alimentada por el alivio.
               La  descripción  del  carácter  de  Irwin  Goldman,  aunque  certera,  no  estuvo
           acompañada  de  una  pequeña  dosis  de  diplomacia  que  mitigara  su  crudeza.  Allí

           terminó toda similitud con Noel Coward; si en el resto de la conversación hubo algo
           de humor, fue de una calidad mucho más basta. Goldman le dijo que se marchara

           inmediatamente y que si volvía a verle en la puerta de su casa le mataría como a un
           perro amarillo. Louis le contestó que podía meterse el talonario en el culo. Goldman
           repuso que en su vida había visto vagabundos que valían más que Louis Creed. Louis

           dijo  a  Goldman  que,  donde  el  cheque,  se  metiera  también  sus  tarjetas  American
           Express y Bank Americard.
               Nada de esto podía favorecer el establecimiento de unas buenas relaciones entre

           Louis y sus futuros suegros.




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