Page 193 - El Misterio de Salem's Lot
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Matt lo miró. Sí, los ojos eran un vacío total. Pero muy profundos. Uno casi podía
           ver una diminuta imagen de sí mismo en esos ojos, como un camafeo de plata, que se
           sumergía  dulcemente,  sin  que  el  mundo  pareciera  importante,  sin  que  los  miedos

           parecieran importantes...
               —¡No! ¡No! —gritó, mientras daba un paso atrás, y le presentó el crucifijo.
               Aquello  que  había  sido  Mike  Ryerson  silbó  como  si  le  hubieran  echado  agua

           hirviendo en la cara. Sus brazos se levantaron como para defenderse de un golpe.
           Matt dio un paso hacia el interior de la habitación; Ryerson retrocedió un paso.
               —¡Vete de aquí! —gritó Matt.

               Ryerson  soltó  un  alarido,  un  largo  grito  ululante  de  .dolor  y  odio.  Dio  cuatro
           pasos  vacilantes  hacia  atrás,  chocó  con  el  borde  de  la  ventana  abierta  y  perdió  el
           equilibrio. ...

               —Te veré dormir entre los muertos, maestro.
               Y cayó hacia la noche, hacia atrás con las manos por encima de la cabeza, como

           un  nadador  que  se  zambulle  desde  el  trampolín.  El  cuerpo  pálido  relucía  como  si
           fuera mármol, en un nítido contraste con los negros puntos que atravesaban el torso,
           dibujando una Y.
               Matt dejó escapar un loco alarido de terror y corrió hacia la ventana, pero nada se

           veía aparte de la noche bañada por la luna... y suspendida en el aire, debajo de la
           ventaja y por encima del haz de luz que salía de la sala, una nube danzarina de motas

           que podrían haber sido de polvo. Giraron en un torbellino, se consolidaron en una
           forma abominablemente humana y por fin se disolvieron en la nada.
               Matt se dio la vuelta para huir y en ese momento sintió una punzada en el pecho
           que le hizo tambalear. Se llevó las manos al corazón y se inclinó. Parecía que el dolor

           le subiera por el brazo en lentas oleadas pulsátiles. El crucifijo se sacudía bajo sus
           ojos.

               Salió  de  la  habitación  con  los  antebrazos  cruzados  ante  el  pecho,  aferrando
           todavía  con  la  mano  derecha  la  cadena  del  crucifijo.  La  imagen  de  Mike  Ryerson
           suspendido en el aire oscuro como un pálido nadador que se zambulle seguía ante sus
           ojos.

               —¡Señor Burke!
               —Mi médico es James Cody... —balbuceó Matt con labios helados—. Está en el

           listín telefónico. Creo que he sufrido... un ataque al corazón.
               Y se desplomó de bruces en el pasillo.



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               Susan marcó el número de Jimmy Cody. Contestó una voz de mujer.




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