Page 194 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Está el doctor? —.preguntó Susana ¡Es urgente!
               —Sí, le pongo con él —respondió la mujer.
               —Habla el doctor Cody.

               —Susan Norton, doctor. Estoy en casa del señor Burke. Ha sufrido un ataque al
           corazón.
               —¿Quién? ¿Matt Burke?

               —Sí. Está inconsciente. ¿Qué tengo que...?
               —Llama a una ambulancia. En Cumberland, el teléfono es 841 4000. Quédate
           con él. Cúbrelo con una manta, pero no le muevas. ¿Enriendes?

               —Sí.
               —Dentro de veinte minutos estaré allí.
               —¿Quiere usted...?

               Pero la línea se cortó con un clic, y Susan se quedó sola.
               Llamó  a  la  ambulancia  y  volvió  a  quedarse  sola,  enfrentada  a  la  necesidad  de

           subir las escaleras, para ir hacia donde estaba él.



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               Se  quedó  mirando  la  escalera  con  una  vacilación  que  a  ella  misma  la  dejaba

           atónita. Deseó que nada de eso hubiera sucedido, no tanto para que Matt estuviera
           bien como para que ella no tuviera que sentir ese miedo enfermizo. Su incredulidad
           había sido total; había visto todo lo que Matt percibió durante la noche anterior como

           algo que había que definir en función de las realidades que ella misma aceptaba, ni
           más ni menos. Y ahora, esa firme incredulidad ya no la sostenía y Susan se sentía
           desfallecer.

               Había oído la voz de Matt, y había oído un terrible conjuro sin inflexiones: «Te
           veré dormir entre los muertos, maestro.» La voz que había articulado esas palabras no
           tenía más cualidad que el ladrido de un perro.

               Susan volvió a subir por las escaleras, obligándose a dar cada paso. Ni siquiera la
           luz del pasillo la tranquilizaba. Matt estaba tendido donde ella le había dejado, con el
           rostro vuelto hacia un lado, la mejilla derecha apoyada contra la gastada moqueta del

           pasillo; su aliento era áspero y entrecortado. Susan se inclinó para desprenderle los
           dos  botones  superiores  de  la  camisa  y  le  pareció  que  respiraba  un  poco  mejor.
           Después fue al cuarto de huéspedes a buscar una manta.

               La habitación estaba fría. La ventana seguía abierta. Habían deshecho la cama,
           dejando  sólo  el  colchón,  pero  había  mantas  en  el  estante  alto  del  armario.  En  el
           momento en que volvía al pasillo, le llamó la atención algo que la luz de la luna hacía

           brillar sobre el suelo y se inclinó a recogerlo. Lo reconoció de inmediato. Era uno de




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