Page 335 - El Misterio de Salem's Lot
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de  veinte  dólares  y  dos  de  uno,  mientras  ella  derribaba  un  montón  de  billetes  sin
           marcar, en su intento de coger uno. Cuando terminó de recogerlos, Gallaban había
           agregado cinco dólares más y varias monedas.

               Ella llenó el billete tan deprisa como le fue posible, pero no había rapidez que
           fuera suficiente. Sentía la mirada muerta de él. Selló el billete y lo empujó sobre el
           mostrador, para no tener que tocarle la mano.

               —Te tendrá que esperar fuera, padre Callahan. Dentro de cinco minutos tengo
           que cerrar. —Atropelladamente, amontonó en el cajón de la registradora monedas y
           billetes, sin hacer intento de contarlos,

               —Perfectamente —asintió él, y se metió el billete en el bolsillo de la camisa. Sin
           mirarla,  añadió—:  Entonces  Yahvé  puso  una  marca  a  Caín  para  que  nadie  que  le
           encontrase le matara. Y Caín se alejó de la presencia de Yahvé y se fue a vivir en el

           país de Nod, al oriente del Edén. Eso dice la Escritura, señorita Coogan. La escritura
           más cruel de la Biblia.

               —¿De  veras?  —preguntó  ella—.  Pero  me  temo  que  tendrá  que  salir,  padre
           Callahan. Yo... el señor Labree estará aquí dentro de un minuto y no le gusta... no le
           gusta que yo... que...
               —Claro —asintió él y se dio la vuelta para irse. Pero se detuvo y se volvió a

           mirarla.  La  señorita  Coogan  se  estremeció  bajo  aquella  mirada—.  Usted  vive  en
           Falmouth ¿no es verdad, señorita Coogan?

               —Sí...
               —¿Viaja en su propio coche?
               —Sí, sí claro... Tengo que insistir en que espere el autobús fuera de...
               —Está  noche  váyase  a  casa  sin  demora,  señorita  Coogan.  Asegure  todas  las

           puertas de su coche y no se detenga a recoger a nadie. No se detenga aunque sea
           alguien a quien usted conoce.

               —Yo jamás subo en mi coche a autostopistas —declaró virtuosamente la señorita
           Coogan.
               —Y cuando llegue a su casa, no vuelva a Salem's Lot —prosiguió Callahan—.
           Ahora las cosas andan mal en Solar.

               —No sé a qué se refiere —balbuceó ella—, pero tendrá que salir fuera a esperar
           el autobús.

               —Sí, está bien. Callahan salió.
               Súbitamente, la señorita Coogan adquirió conciencia de lo silencioso que estaba
           el drugstore, de lo impresionante de ese silencio. ¿Sería posible que nadie hubiera

           entrado desde el anochecer, excepto el padre Callahan? Pues vaya si lo era. Nadie, en
           absoluto.
               «Ahora las cosas andan mal en Solar.»

               La señorita Coogan empezó a recorrer el local, apagando las luces.




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