Page 337 - El Misterio de Salem's Lot
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madre con una sonrisa en los labios, y probablemente lo hacían. Durante dos noches
más siguió haciendo apearse al chico, y por Dios que al final confesó. Charlie lo echó
una vez más —por si las moscas, digamos— y fue entonces cuando Dave Felsen, el
de la gasolinera, le dijo que mejor que se quedara tranquilo.
HOOOONK...
Se puso la camisa y al pasar recogió la vieja raqueta de tenis que tenía en un
rincón. ¡A ver si esa noche acababa rompiéndola en algún trasero!
Salió por la puerta de atrás y rodeó la casa, hasta el lugar donde aparcaba el
autobús amarillo. Se sentía decidido. Eso era infiltración, lo mismo que en el ejército.
Se detuvo detrás de una mata de adelfas para mirar el autobús. Sí, los veía, un
montón de chiquillos, como sombras oscuras tras los cristales. Sintió la vieja furia, el
odio a los niños como un hielo ardiente, y su mano apretó el mango de la raqueta
hasta que ésta empezó a vibrar. Ahí estaban asomados a... seis, siete, ocho, ¡ocho
ventanas de su autobús!
Se deslizó por detrás del vehículo hasta la puerta por donde subían los pasajeros.
La encontró abierta y, súbitamente, trepó de un salto los escalones.
—¡Muy bien! ¡Quedaos donde estáis, gamberros! Tú deja ese maldito claxon o
te...
El chico sentado en el asiento del conductor se volvió y le dirigió una sonrisa
extraviada.
Charlie sintió que se le revolvían las tripas. Era Richie Boddin, y estaba blanco,
tan blanco como una sábana, excepto los carbones negros que eran sus ojos, y los
labios de un rojo rubí. Y sus dientes...
Charlie Rhodes miraba por el pasillo.
¿No era ése Mike Philbrook? ¿Y Audie James? Dios todopoderoso, ¡hasta los
muchachos de Griffen estaban allí! Hal y Jack, sentados al fondo, con el pelo lleno de
heno. Pero, ¡si ellos no viajan en mi autobús! Mary Kate Greigson y Brent Tenney,
sentados uno junto a otro, ella en camisón, él con téjanos y una camisa de franela
puesta del revés, y además con la parte de la espalda hacia delante.
Y Danny Glick. Pero... oh, Cristo... si estaba muerto; ¡hacía semanas que había
muerto!
—Un momento, chicos... —murmuró, con los labios entumecidos.
La raqueta de tenis se le cayó de la mano. Se oyó una especie de resuello y un
golpe sordo mientras Richie Boddin, sin dejar de sonreír como un poseso, accionaba
la palanca de cerrar la puerta plegable. Y ahora se estaban levantando de los asientos,
todos.
—No —les dijo, intentando sonreír—. Chicos... no comprendéis. Soy yo. Soy
Charlie Rhodes. Soy... no...
Les sonreía con una mueca, extendiendo las manos como si quisiera demostrarles
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