Page 341 - El Misterio de Salem's Lot
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viviendas completamente iluminadas. Tal vez el conductor habría disminuido la
marcha para comprobar si había algún incendio, o accidente, y luego volvería a
acelerar sin pensar más en el asunto.
Y he aquí lo peculiar de entre los que velaban en Salem's Lot, ninguno sabía la
verdad. Tal vez un puñado de ellos la sospechara, pero incluso esas sospechas eran
vagas e informes. Y sin embargo, todos se habían dirigido sin vacilar a los cajones de
sus escritorios, a los baúles guardados en el ático o a los joyeros en la cómoda del
dormitorio, en busca de cualquier símbolo religioso que pudieran poseer. Y lo hacían
sin pensarlo, de la misma manera que un hombre que viaja solo en su coche durante
una gran distancia va canturreando sin darse cuenta de que lo hace. Lentamente iban
andando de habitación en habitación, como si sus cuerpos se hubieran vuelto frágiles
y cristalinos, e iban encendiendo todas las luces y jamás miraban por las ventanas.
Eso, sobre todo: no miraban por las ventanas.
Por más que hubiera ruidos o terribles temores, por más espantoso que fuera lo
desconocido, había algo todavía peor: mirar cara a cara a la Gorgona.
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El ruido se adentró en su sueño como un clavo que se va insertando en el corazón
del roble, con exquisita lentitud, fibra por fibra. Al principio, Reggie Sawyer pensó
que soñaba con algo de carpintería y su cerebro, desde la penumbrosa frontera entre
sueño y vigilia, colaboró enviándole un lento fragmento de recuerdo de cuando él y
su padre clavaban las tablas de la cabaña que habían levantado en Bryant Pond en
1960.
El sueño fue desembocando en la nebulosa idea de que no estaba soñando, sino
oyendo los golpes de un martillo. Después vino la desorientación y Reggie se
encontró despierto y advirtió que los golpes seguían sonando en la puerta principal,
que alguien descargaba el puño sobre la madera con la regularidad de un metrónomo.
Sus ojos se dirigieron primero hacia Bonnie, que yacía a su lado, cubierto por las
mantas. Después fueron hacia el reloj: las cuatro y cuarto.
Se levantó, salió silenciosamente del dormitorio y cerró la puerta. Encendió la luz
del vestíbulo, echó a andar hacia la puerta y de pronto se detuvo. Vaciló.
Sawyer miró la puerta de su casa. Nadie llamaba a las cuatro y cuarto. Si alguien
de la familia moría, lo comunicaban por teléfono, no venían a golpear a la puerta.
En 1968, Reggie había pasado siete meses en Vietnam. Aquél fue un año muy
duro para los norteamericanos en Vietnam, y él sabía lo que era el combate. En
aquellos días, despertarse era algo tan instantáneo como chascar los dedos o encender
una lámpara; en un momento uno era una piedra, al minuto siguiente estaba alerta en
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