Page 343 - El Misterio de Salem's Lot
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A sus espaldas, oyó gritar a Bonnie.
               —Vete  al  dormitorio  —dijo  Reggie,  y  retrocedió  hacia  el  vestíbulo  para
           interponerse entre ambos. Ahora, Bryant no estaba a más de dos pasos de distancia.

           Una mano, blanca y floja, se tendió para aferrar los dos cañones de la escopeta.
               Reggie apretó los dos disparadores.
               En el estrecho vestíbulo, el estampido sonó como un trueno. De los dos cañones

           asomaron  durante  un  momento  lenguas  de  fuego.  El  olor  intenso  de  la  pólvora
           quemada inundó el aire. Se oyó un nuevo y agudo grito de Bonnie. La camisa de
           Corey se ennegreció y se hizo trizas, desintegrada más que perforada. Pero al abrirse,

           destrozados los botones, reveló, increíblemente intacta, la blancura de pescado del
           pecho y el abdomen de Corey. Los ojos espantados de Reggie recibieron la impresión
           de que esa carne no era carne en realidad, sino algo tan insustancial como una cortina

           de gasa.
               Después vio que le arrebataba el arma como si las suyas fueran las manos de un

           niño.  Sintió  que  le  levantaba  y  le  arrojaba  contra  la  pared  con  una  fuerza
           sobrehumana. Las piernas se negaron a sostenerle y Reggie se desplomó, aturdido.
               Bryant pasó junto a él, hacia Bonnie, que se estremecía bajo la arcada, pero sin
           apartar los ojos del rostro de Corey. Reggie pudo leer la excitación en sus ojos.

               Corey le miró por encima del hombro y esbozó una sonrisa que era una mueca
           vacía, como las que dedican a los turistas las calaveras de los animales muertos en el

           desierto.  Bonnie  le  esperaba  con  los  brazos  abiertos.  Los  dos  se  estremecieron.
           Parecía que, sobre el rostro de ella, el terror y la lujuria alternaran como las sombras
           y la luz del sol al paso de las nubes.
               —Cariño... —gimió Bonnie.

               Reggie vociferaba.



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               Llegamos a Hartford —anunció el conductor del autobús.
               A través de la ventanilla, Callahan miró ese lugar desconocido, más desconocido
           aún  bajo  la  primera  luz  incierta  de  la  mañana.  En  Solar  ahora  debían  de  estar

           regresando a sus madrigueras.
               —Gracias.
               —Hacemos una parada de veinte minutos. Pueden bajar a comprarse un bocadillo

           o lo que sea.
               Callahan sacó torpemente del bolsillo el billetero, que estuvo a punto de caérsele
           de la mano vendada. Lo raro era que la quemadura ya no le dolía mucho; sólo sentía

           la mano entumecida. Habría sido mejor el dolor. El dolor por lo menos era real. En la




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