Page 348 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Seguro que estarás bien?
               —Seguro —afirmó el chico, pero no tenía buen aspecto. Le temblaba el mentón,
           y en sus ojos asomaba una mirada vacía. De pronto se volvió hacia Ben y sus ojos

           volvieron  a  adquirir  expresión,  una  expresión  de  dolor,  anegados  en  lágrimas—.
           Cubridlos, ¿queréis? Si están muertos, cubridlos.
               —Claro que sí —prometió Ben.

               —Es mejor así —susurró Mark—. Mi padre... habría sido un buen vampiro. Tal
           vez tan bueno como Barlow, con el tiempo. Era... muy eficiente en todo lo que hacía.
           Demasiado eficiente, tal vez.

               —Trata de no pensar demasiado —le dijo Ben, y sintió que despreciaba aquellas
           inútiles palabras.
               Mark levantó la vista y le miró, sonriendo débilmente.

               —La leña está en el patio de atrás —les dijo—. Iréis más deprisa si usáis la sierra
           de mi padre, que está en el sótano.

               —Está  bien  —asintió  Ben—.  Estáte  tranquilo,  Mark.  Lo  más  tranquilo  que
           puedas.
               El y Jimmy subieron y entraron en la casa.




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               —Callahan no está aquí —dijo Jimmy después de haber recorrido toda la casa.
               —Barlow debe de haberlo vencido —se obligó a decir Ben.

               Miró la cruz destrozada que tenía en la mano, la que el día anterior pendía del
           cuello de Callahan. No habían encontrado ningún otro rastro de él; la cruz yacía junto
           a los Petrie, que estaban indudablemente muertos. Les habían golpeado las cabezas,

           una  contra  otra,  con  tanta  fuerza  que  les  habían  partido  el  cráneo.  Ben  recordó  la
           fuerza antinatural que había exhibido la señora Glick, y tragó saliva.
               —Vamos —le dijo a Jimmy—. Tengo que cubrirlos, lo prometí.




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               Retiraron  la  funda  que  protegía  del  polvo  el  diván  de  la  sala  y  con  eso  los
           cubrieron.  Ben  procuraba  no  mirar  ni  pensar  en  lo  que  estaban  haciendo,  pero  le

           resultaba  imposible.  Terminada  la  tarea,  una  mano  —cuyas  uñas  cuidadas  y
           esmaltadas proclamaban que era de June Petrie— siguió asomando por debajo del

           alegre estampado de tela, y Ben la empujó hacia adentro con la punta del pie, con el
           rostro desencajado. Bajo la funda, la forma de los cuerpos le hizo pensar en las fotos




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