Page 344 - El Misterio de Salem's Lot
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boca  seguía  sintiendo  el  sabor  de  la  muerte,  soso  y  arenoso  como  una  manzana
           pasada. ¿Y eso era todo? Sí, y era suficiente.
               Le tendió un billete de veinte dólares.

               —¿Puede traerme una botella de whisky.
               —Señor, las reglas...
               —Y quedarse con la vuelta, claro.

               —Oiga, no quiero que nadie se emborrache en mi autobús. Dentro de dos horas
           estaremos en Nueva York, y ahí podrá comprar usted lo que quiera.
               Creo que te equivocas, amigo, pensó Callahan. Volvió a mirar su billetero para

           ver cuanto tenía. Uno de diez, dos de cinco y uno de uno. Sumó el billete de diez a
           los veinte y volvió a extender su mano vendada.
               —Una de medio litro está bien —repitió—. Y puede quedarse con la vuelta.

               La mirada del conductor se dirigió de los treinta dólares a aquellos sombríos ojos
           hundidos  y  tuvo  la  impresión  de  estar  hablando  con  una  calavera  viviente,  una

           calavera que por algún motivo ya no sabía sonreír.
               —¿Treinta dólares por medio litro de whisky? Oiga, usted está loco. —Pero cogió
           el dinero, fue hasta la puerta del autobús y allí se dio vuelta—. Pero tenga cuidado.
           No quiero que nadie se emborrache en mi autobús.

               Callahan hizo un gesto de asentimiento, como un niño pequeño que se ha ganado
           una reprimenda.

               El conductor le miró por un momento más, y luego descendió.
               Whisky  barato,  pensó  Callahan.  Algo  que  queme  la  lengua  y  haga  arder  la
           garganta. Que haga desaparecer ese regusto dulzón y blando, o por lo menos que lo
           atenúe hasta que encuentre un lugar donde pueda empezar a beber en serio. A beber y

           beber y beber.
               Pensó  entonces  que  podría  derrumbarse  y  echar  a  llorar.  Pero  no  le  quedaban

           lágrimas. Se sentía seco, y totalmente vacío. Lo único que quedaba era ese regusto.
               Date prisa conductor.
               Siguió mirando por la ventanilla. Al otro lado de la calle había un adolescente,
           sentado en los escalones de un porche, con la cabeza apoyada en los brazos. Callahan

           lo contempló hasta que el autobús volvió a partir, pero el muchacho no se movió.



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               Ben ascendió a la superficie de la vigilia cuando una mano le tocó el brazo.
               —Hola —le susurró Mark al oído. Ben abrió los ojos, parpadeó un par de veces y
           miró hacia el mundo a través de la ventana.

               La  aurora  había  llegado  furtivamente,  en  medio  de  una  insistente  lluvia  otoñal




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