Page 339 - El Misterio de Salem's Lot
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el ombligo, después ambas manos se deslizaron hacia arriba hasta apoderarse de sus
pechos con lasciva osadía.
Eva intentaba decirle que estaban en la ventana, que cualquiera que estuviera en
la calle podía mirar por encima del hombro y verlos, pero las palabras se negaban a
salir, y después sintió los labios de él en el brazo, en el hombro, hasta posarse con
insistencia, lujuriosos, en su cuello. Eva sintió la presión de los dientes y cómo él la
mordía, la mordía y chupaba, absorbiéndole la sangre, mientras ella de nuevo
intentaba protestan No me dejes marcas que Ralph se dará cuenta...
Pero protestar se le hacía imposible; además, ya no quería protestar. A Eva ya no
le importaba que alguien pudiera mirar y verlos.
Sus ojos se dirigieron soñolientos hacia el fuego, mientras los labios y los dientes
de Ed seguían chupándole el cuello, y Eva vio que el humo era muy negro, tanto
como la noche, que oscurecía ese cielo ardiente y metálico, convirtiendo el día en
noche.
Y después se hizo la noche y el pueblo desapareció, pero el fuego seguía
crepitando en la oscuridad, pasando por formas fascinantes, calidoscópicas, hasta que
le pareció que dibujaba un rostro con sangre, un rostro que tenía nariz de halcón, ojos
ardientes y hundidos, labios gruesos y sensuales ocultos en parte por un espeso
bigote, y el pelo peinado hacia atrás como el de un músico, descubriendo la frente.
—El aparador de estilo gales —dijo una voz distante, y Eva supo que era la de él
—. El que está en el ático. Creo que ése nos irá muy bien. Y después arreglaremos lo
de las escaleras.
Hay que estar preparados.
La voz se desvaneció. Las llamas se desvanecieron.
Sólo quedó la oscuridad, y Eva en medio de ella, soñando o empezando a soñar.
Pensó oscuramente que sería un sueño dulce y largo, pero amargo y sin luz bajo la
superficie, como las aguas del Letea
Otra voz, pero ésta era la de Ed.
—Vamos cariño. Levántate. Tenemos que hacer lo que él dice.
—¿Ed? ¿Ed?
Su rostro parecía flotar sobre el de ella, no dibujado en el fuego sino terriblemente
pálido, extrañamente vacío. Sin embargo, Eva le amaba más que nunca. Se moría de
ganas de que él la besara.
—Vamos, Eva.
—¿Es un sueño, Ed?
—No... un sueño no.
Por un momento ella se sintió asustada, pero después ya no hubo miedo, sino
comprensión. Y con la comprensión vino el hambre.
Cuando miró el espejo no vio allí más que el reflejo de su dormitorio, silencioso y
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