Page 338 - El Misterio de Salem's Lot
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que no eran más que las manos sin culpa del viejo Charlie Rodes, y fue retrocediendo
           hasta chocar contra el amplio cristal del parabrisas.
               —No—susurró.

               Siguieron avanzando, sonrientes.
               —No, por favor...
               Y cayeron sobre él.




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               Ann Norton murió en el corto trayecto en ascensor desde la planta baja al primer
           piso del hospital. Se estremeció, y un hilillo de sangre se le escurrió por la comisura

           de la boca.
               —Bueno —comentó uno de los asistente. Ya podemos desconectar la sirena.




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               Eva Miller había estado soñando.
               Era  un  sueño  raro,  sin  ser  exactamente  una  pesadilla.  El  incendio  de  1951

           bramaba bajo un cielo despiadado que iba virando desde el azul pálido del horizonte
           a un blanco cruel y ardiente sobre sus cabezas. Desde ese tazón invertido, el sol ardía
           furiosamente, como una reluciente moneda de cobre. El olor acre del humo lo invadía

           todo; todas las actividades se habían interrumpido y la gente estaba inmóvil en las
           calles, mirando hacia el sudoeste, hacia los pantanos, y hacia el noroeste, hacia los
           bosques. Durante toda la mañana el humo había estado en el aire, pero ahora, a la una

           de  la  tarde,  se  podía  ver  cómo  las  brillantes  arterias  del  fuego  danzaban  entre  el
           follaje,  más  allá  de  los  campos  de  los  Griffen.  La  brisa  que  había  ayudado  a  las
           llamas a saltar una barrera traía ahora una precipitación de cenizas blancas sobre el

           pueblo, como nieve de verano.
               Ralph vivía, y había salido a ver si podían salvar el aserradero. Pero en el sueño
           todo  estaba  mezclado,  porque  Ed  Craig  estaba  con  ella,  aunque  Eva  no  había

           conocido siquiera a Ed hasta el otoño de 1954.
               Ella  estaba  mirando  el  fuego  desde  la  ventana  de  su  dormitorio  en  el  piso  de
           arriba, y estaba desnuda. Unas manos la tocaron desde atrás, ásperas y morenas sobre

           la blancura tersa de las caderas, y Eva supo que era Ed, aunque en el cristal no se
           viera la sombra de su reflejo.

               Ed, quería decirle. Ahora no. Es demasiado pronto. Nos faltan casi nueve años.
               Pero las manos de él eran insistentes: le recorrían el vientre, un dedo jugueteó con




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