Page 342 - El Misterio de Salem's Lot
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la oscuridad. Reggie había perdido ese hábito tan pronto regresó a territorio
estadounidense, y se enorgullecía de eso,aunque nunca lo hubiera dicho. Él no era
una máquina, demonios.
Oprímase el botón A y Johnny se despierta, oprímase el botón B y Johnny mata
unos cuantos amarillos.
Pero ahora, de manera inesperada, la incertidumbre y la pesadez algodonosa del
sueño se habían desprendido de él corno se desprende la piel de una víbora, y Reggie
parpadeó, alerta.
Había alguien ahí fuera. Sería Bryant, probablemente, lleno de alcohol y
dispuesto a vencer o morir por la bella prisionera.
Reggie fue hacia la sala y, se dirigió al armero que pendía sobre la falsa
chimenea. No encendió la luz; a tientas, conocía perfectamente bien ese camino. Bajó
la escopeta, la abrió, y la luz del vestíbulo arrojó un opaco resplandor sobre el bronce
de los cañones. Volvió a la arcada que comunicaba con el vestíbulo y se detuvo. Los
golpes seguían, monótonos, con regularidad, pero sin ritmo.
—Entre —invitó Reggie Sawyer.
Los golpes se detuvieron.
Se produjo uña larga pausa y después el picaporte giró lentamente, hasta que por
fin terminó su recorrido. Cuando la puerta se abrió, ahí estaba Corey Bryant.
Reggie sintió que se le detenía el corazón. Bryant seguía vestido con la misma
ropa que llevaba la noche que Reggie lo había echado a la calle, sólo que ahora las
prendas estaban desgarradas y manchadas de barro. Tenía hojas pegadas a la camisa y
los pantalones. Un trozo de tierra que k cruzaba la frente destacaba más su palidez.
—No te muevas —ordenó Reggie mientras levantaba la escopeta y le quitaba el
seguro—, esta vez está cargada.
Pero Corey Bryant siguió avanzando, con sus ojos opacos clavados en el rostro de
Reggie con una expresión mucho peor que el odio. Tenía los zapatos embadurnados
de barro, que la lluvia había convertido en una especie de cola negruzca, y mientras
caminaba iba salpicando el suelo del vestíbulo. En su andar había algo inexorable y
despiadado, algo que daba la impresión de una fría y despiadada falta de
misericordia. Los tacones embarrados seguían resonando. No habría orden capaz de
detenerlos, ni ruego que pudiera persuadirlos.
—Si das un paso más te vuelo la cabeza —lo amenazó Reggie, atónito. Ese tipo
estaba más que borracho, estaba totalmente loco. Reggie advirtió con súbita claridad
que tendría que disparar.
—Detente —volvió a decir, esta vez como quien no quiere la cosa.
Corey Bryant no se detuvo. Tenía los ojos fijos en la cara de Reggie, con la
avidez mortal y chispeante de un animal embalsamado. Sus tacones seguían
resonando con solemnidad.
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