Page 45 - El Misterio de Salem's Lot
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SOLAR (I)
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El pueblo no tarda en despertar; el trabajo no espera. Cuando el sol todavía no ha
despuntado en el horizonte y la oscuridad reina en la comarca, la actividad ya ha
empezado.
2
4.00 h.
Los muchachos de Griffen —Hal de dieciocho años, y Jack de catorce— y los dos
peones habían empezado a ordeñar. El establo era una maravilla de limpieza,
encalado y reluciente. Por el centro, entre las sendas inmaculadas que pasaban frente
a las dos hileras de establos, corría un bebedero de cemento. Hal hizo correr el agua
accionando un interruptor al tiempo que abría una válvula. La bomba de motor
eléctrico que sacaba el agua de uno de los dos pozos artesianos que alimentaban el
lugar se puso en movimiento con un zumbido continuo. Hal era un muchacho hosco,
nada brillante, y ese día estaba especialmente irritable. La noche anterior había tenido
una discusión con su padre. Hal no quería seguir yendo a la escuela. Odiaba la
escuela. No soportaba ese aburrimiento, esa insistencia en que permaneciera inmóvil
durante períodos de cincuenta minutos de duración y estaba harto de todas las
materias, con excepción del taller de carpintería y el de artes gráficas. El inglés era
desesperante; la historia, idiota; las matemáticas comerciales, incomprensibles. Y lo
peor de todo era que nada de eso servía para nada. A las vacas no les importaba cómo
se hablaba o que se conjugaran mal los verbos, ni quién fue el comandante en jefe del
maldito ejército del Potomac durante la maldita Guerra Civil, y en cuanto a las
matemáticas, su padre era incapaz de sumar dos quintos y un medio aunque se lo
mandaran frente a un pelotón de fusilamiento. Por eso tenía un contable.
¡Menudo tipo! Tenía un título universitario y trabajaba para un idiota como su
viejo. Éste le había dicho muchas veces que el secreto de llevar bien un negocio (y
una granja lechera era un negocio como cualquier otro) no se aprendía en los libros;
todo radicaba en conocer a la gente. Su padre era especial para venirle a uno con toda
esa estupidez sobre las maravillas de la educación —él, que había llegado a sexto
grado y nunca leía otra cosa que el Reader's Digest—, pero la granja daba un
beneficio de dieciséis mil dólares anuales. Conocer a la gente... Saber dar la mano y
preguntar por la mujer sin olvidar el nombre de ella. «Mira, Hal, tienes que conocer a
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