Page 116 - La iglesia
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                    —Este es Abdel —le presentó Jiménez—. Es el moro más feo de todo
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               Marruecos,  pero  es  todo  un  artista  y  servicial  como  un  mayordomo.  —El
               pintor se echó a reír, sin duda acostumbrado al peculiar sentido del humor de
               su jefe que se basaba, sobre todo, en meterse con todo bicho viviente sin dejar
                                    ⁠
               títere  con  cabeza—.  Este  señor  es  el  padre  Félix.  Ahí  dentro  hay  muchos
               cacharros. Los pones donde él te diga, como si te lo ordenara el imán de tu
               mezquita con un palo en la mano, ¿vale?
                    —Waja —dijo el joven, mostrando su acuerdo; hablaba español con un
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               marcadísimo  acento  magrebí—.  Lo  que  él  me  diga  yo  hace,  sin  problema,
               mocho gusto.
                    —Ea, padre, ya tiene monaguillo —⁠dijo Jiménez, a la vez que se apartaba
               para que Hamido y Mohamed pasaran el primer módulo del andamio a través
               de las puertas abiertas⁠—. Ahora le llevaremos las latas de emplaste para que

               pueda empezar a trabajar, aunque creo que echará el día rascando la pintura
               vieja. ¿Y el padre Ernesto? ¿Anda por ahí?
                    —Vendrá más tarde —explicó Félix⁠—, temas de papeleo con el vicario.
                    —Me  cae  bien  —declaró  Jiménez—.  Tiene  los  cojones  muy  bien

               plantados. ¿Por qué no lleva a Abdel a la trastienda para que empiece a retirar
               chismes?
                    —¿Por qué se empeña en llamarla trastienda? —⁠le preguntó el sacerdote
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               con  una  sonrisa,  intentando  sonar  amable—.  Con  lo  fácil  que  es  decir
               sacristía…
                                                                                              ⁠
                    —Qué manía tienen los curas de ponerle nombre raro a todo —rezongó el
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               contratista—. Nosotros vamos a seguir haciendo portes de material, que nos
               falta otro andamio, las escaleras y la pintura. Andaremos entrando y saliendo

               durante toda la mañana, pero si necesita cualquier cosa y no estoy, ya sabe…
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               —Jiménez  se  puso  el  pulgar  en  la  oreja  y  el  meñique  en  la  boca,  como  si
               hablara por teléfono.
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                    —De acuerdo, Fernando, gracias. —Félix se dirigió a Abdel—. Por aquí,
               sígame.
                    —Waja —repitió el pintor a su espalda.
                    —¿Qué significa waja, Abdel?
                    Este compuso un círculo con el pulgar y el índice, extendió el resto de

               dedos, abrió mucho los ojos y silabeó:
                    —Wa-ja.
                    El padre Félix asintió.
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                    —De acuerdo, Abdel. —Enseguida rectificó—. Waja, Abdel. Sígame.






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