Page 139 - La máquina diferencial
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—¡Bligh! Vaya enseguida a la cocina y pídale coñac a la cocinera. Una palangana
de agua. Y unas toallas limpias.
Bligh, el sirviente, desapareció. Oliphant se acercó a la puerta abierta, lanzó una
mirada cauta a ambos lados de la calle y luego cerró la puerta y la aseguró con la
falleba. Cogió el brazo de Mallory y lo guió hasta el salón, donde el herido se sentó
con gesto cansado en el banco de un piano.
—Así que lo han atacado —dijo Oliphant—. Se le han echado encima por detrás.
Una emboscada cobarde, por lo que parece.
—¿Está muy mal? No lo veo.
—Un golpe con un instrumento contundente. La piel está rota y tiene una
magulladura considerable. Ha sangrado bastante, pero ya está coagulando.
—¿Es grave?
—Las he visto peores. —El tono de Oliphant era irónico y alegre a la vez—. Pero
me temo que ha estropeado esa americana tan bonita que lleva.
—Me acecharon por todo Piccadilly —dijo Mallory—. No vi al segundo hasta
que ya fue demasiado tarde. —Se incorporó de repente—. ¡Maldita sea! ¡Mi reloj! Un
reloj, un regalo de boda. Lo dejé en un callejón de Shepherd Market. ¡Esos canallas
lo habrán robado!
Bligh reapareció con unas toallas y la palangana. Era más bajo y mayor que su
jefe, bien afeitado, con el cuello grueso y ojos castaños y saltones. Sus peludas
muñecas eran tan gruesas como las de un minero. Oliphant y él compartían una
relación fácil y respetuosa, como si aquel hombre fuera un viejo sirviente de
confianza de la familia. Oliphant mojó una toalla en la palangana y se colocó detrás
de Mallory.
—Quédese quieto, por favor.
—Mi reloj... —repitió Mallory. Oliphant suspiró.
—Bligh, ¿cree que podría ocuparse de la propiedad extraviada de este caballero?
Hay un cierto grado de peligro implícito, por supuesto.
—Sí, señor —respondió Bligh impasible—. ¿Y los invitados, señor? Oliphant
pareció pensárselo mientras mojaba la nuca de Mallory.
—¿Por qué no se lleva a los invitados con usted, Bligh? Estoy seguro de que
disfrutarán de la salida. Sáquelos por atrás e intente no crear demasiada expectación.
—¿Qué debo decirles, señor?
—¡Dígales la verdad, por supuesto! Dígales que unos agentes extranjeros han
asaltado a un amigo de la casa. Pero dígales que no deben matar a nadie. Y si no
encuentran ese reloj del doctor Mallory, no deben pensar que es un reflejo de sus
habilidades. Bromee sobre ello si no le queda más remedio, pero no permita que
crean que han perdido su prestigio.
—Lo entiendo, señor —dijo Bligh, y se fue.
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