Page 143 - La máquina diferencial
P. 143

—Alguna noción, para temas diplomáticos.
               —¿Querría, por favor, darles las gracias por ir tan valerosamente a recoger mi
           reloj?

               —Lo  entendemos,  doctor  Marori  —dijo  uno  de  los  japoneses.  Mallory  había
           olvidado de inmediato sus nombres imposibles, pero pensó que este quizá se llamase
           Yukichi—. Es un honor para nosotros asistir al amigo británico del señor Laurence

           Oliphant,  con  el  que  nuestro  soberano  ha  expresado  su  compromiso.  —  El  señor
           Yukichi se inclinó de nuevo.
               Mallory se había perdido por completo.

               —Gracias por su cortés discurso, señor. Debo decir que es usted un caballero muy
           culto.  Yo  no  soy  diplomático,  pero  se  lo  agradezco  con  toda  sinceridad.  Han  sido
           todos muy amables...

               Los japoneses se consultaron entre sí.
               —Esperamos  que  no  haya  sido  herido  de  gravedad  por  el  bárbaro  asalto  a  su

           persona británica perpetrado por los extranjeros —dijo el señor Yukichi.
               —No —dijo Mallory.
               —No  vimos  a  su  enemigo  ni  a  ninguna  persona  maleducada  ni  violenta.  —El
           tono del señor Yukichi era suave, pero sus ojos relucientes no dejaban muchas dudas

           a  Mallory  acerca  de  lo  que  Yukichi  y  sus  amigos  habrían  hecho  si  se  hubieran
           encontrado con tal rufián. Como grupo, los cinco japoneses tenían un aire refinado,

           docto; dos de ellos llevaban anteojos sin aros y uno tenía un monóculo sujeto por una
           cinta, y guantes amarillos de dandi. Pero todos eran jóvenes, hábiles y fornidos, y los
           sombreros de copa se encaramaban sobre su cabeza como gorros vikingos.
               Las largas piernas de Oliphant cedieron de repente bajo él y se sentó a la cabecera

           de la mesa con una sonrisa. Mallory también se sentó y le estallaron las rodillas. Los
           japoneses siguieron el ejemplo de Oliphant y se colocaron enseguida en las mismas

           posturas de árida dignidad. La mujer no había movido ni un músculo.
               —En estas circunstancias —reflexionó Oliphant—, un día de calor horroroso y
           una agotadora incursión en pos de enemigos del reino, creo que procede una pequeña
           libación.  —Levantó  una  campana  de  latón  de  la  mesa  y  la  hizo  sonar—.  Así  que

           vamos a divertirnos, ¿eh? ¿Nani o onomi ni narimasu ka?
               Los japoneses se consultaron y abrieron mucho los ojos con alegres asentimientos

           e intensos gruñidos de aprobación.
               —Iusuki...
               —Güisqui,  una  elección  excelente  —dijo  Oliphant.  Bligh  llegó  en  ese  instante

           con un carrito de botellas de licor. —No queda mucho hielo, señor.
               —¿Qué pasa, Bligh? —El heladero no le quiso vender a la cocinera más que un
           poco, señor. ¡El precio se ha triplicado desde la semana pasada!

               —Bueno, el hielo tampoco cabría en la botella de la muñeca —dijo Oliphant con




                                        www.lectulandia.com - Página 143
   138   139   140   141   142   143   144   145   146   147   148