Page 148 - La máquina diferencial
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Cuando bajó al comedor, otros dos comensales tardíos charlaban sobre una taza
de té. Uno era un hombre del gabinete llamado Belshaw, el otro un empleado de un
museo y que quizá se llamase Sydenham. No lo recordaba muy bien.
Belshaw levantó la vista cuando Mallory entró en la sala. El paleontólogo le
dedicó un gesto cortés. Belshaw le devolvió la mirada con una expresión de asombro
apenas contenido. Mallory pasó al lado de los dos hombres y ocupó su lugar habitual
bajo la araña de luz dorada. Belshaw y Sydenham empezaron a hablar en voz baja y
urgente.
Mallory se quedó desconcertado. Jamás le habían presentado formalmente a
Belshaw, pero, ¿era posible que aquel hombre se sintiera ofendido por un simple
asentimiento? Y ahora Sydenham, cuya cara mofletuda había quedado demudada,
lanzaba miradas de soslayo al recién llegado. Este se preguntó si acaso tendría la
bragueta abierta. No era así. No obstante, los dos hombres lo miraban con ojos
desorbitados y una expresión de alarma al parecer sincera. ¿Se le había abierto la
herida, le chorreaba la sangre del pelo por el cuello? No parecía...
Mallory pidió el desayuno al camarero, cuya expresión seria le dio a entender que
consideraba la elección de arenques y huevos una grave indiscreción.
Se sentía cada vez más confuso y le entraron ganas de enfrentarse a Belshaw, para
lo cual empezó a ensayar un pequeño discurso. Pero Belshaw y Sydenham se
levantaron de repente, dejaron allí su té y abandonaron el comedor. Mallory se
desayunó con forzada obstinación, decidido a no permitir que el incidente lo
disgustara.
Fue a recepción a recoger su cesta de correo. El recepcionista habitual no estaba
de servicio, pues se encontraba en cama aquejado de un catarro en los pulmones,
según su sustituto. Mallory se retiró con su cesta a su lugar habitual de la biblioteca.
Había presentes cinco de sus colegas del palacio, reunidos en una esquina de la
habitación, donde conversaban con gestos nerviosos. Cuando Mallory levantó la vista
creyó sorprenderlos mirándolo, pero no eran más que tonterías.
Clasificó su correspondencia sin demasiado interés. Le dolía un poco la cabeza y
su mente vagaba distraída. Había una tediosa carga de inevitable correspondencia
profesional y el aburrido gravamen habitual de misivas de admiración y peticiones.
Quizá la contratación de un secretario personal acabara tornándose de hecho
inevitable.
Tocado por una repentina inspiración, Mallory se preguntó si el joven señor
Tobias, de la Oficina Central de Estadísticas, no sería el hombre adecuado para este
puesto. Quizá la oferta de un empleo alternativo aumentara el atrevimiento del
muchacho en su trabajo. Había muchas cosas en la oficina que Mallory ansiaba
examinar. El expediente de lady Ada, por ejemplo, de existir tan fabuloso artículo. O
el del resbaladizo señor Oliphant, con sus sonrisas fáciles y sus vagos consuelos. O el
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