Page 151 - La máquina diferencial
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lado de la mesa—. ¿Recuperado del ataque de ayer?
               Mallory  echó  un  vistazo  por  toda  la  biblioteca.  Los  otros  huéspedes  seguían
           apiñados al otro lado de la sala, y sus travesuras y la repentina aparición de Fraser

           parecían inspirarles mucha curiosidad.
               —Una pequeñez —se defendió Mallory—. Podría pasarle a cualquiera en
               Londres. Fraser enarcó levísimamente una ceja. —Siento que mi contratiempo le

           provoque molestias, señor Fraser.
               —Ninguna  molestia,  señor.  —Fraser  abrió  un  cuaderno  empastado  en  cuero  y
           sacó un bolígrafo de su chaqueta lisa de aspecto cuáquero—. ¿Unas preguntas?

               —A decir verdad, estoy bastante apurado en este momento... Fraser lo hizo callar
           con una mirada impasible.
               —Llevo aquí tres horas, señor, esperando un momento oportuno para usted.

               Mallory empezó a ofrecer una disculpa torpe. Fraser no le hizo caso.
               —Hoy presencié algo bastante curioso ahí fuera, a las seis de esta mañana, señor.

           Un  joven  voceador  gritaba  al  mundo  entero  que  a  Leviatán  Mallory  lo  habían
           arrestado por asesinato.
               —¿A mí? ¿Edward Mallory?
               Fraser asintió.

               —No lo entiendo. ¿Por qué iba a gritar un voceador una mentira tan detestable?
               —Vendió un buen montón de periódicos —respondió Fraser con tono seco—. Yo

           mismo compré uno.
               —¿Y qué demonios tenía que decir ese periódico sobre mí?
               —Ni una sola palabra sobre ningún Mallory —dijo Fraser—. Puede verlo usted
           mismo. —Dejó un periódico doblado sobre la mesa: un Daily Express de Londres.

               Mallory colocó el periódico con cuidado sobre la cesta.
               —Alguna broma malvada —sugirió con la garganta seca—. Los golfillos de por

           aquí son capaces de cualquier cosa...
               —Cuando volví a salir, el pequeño granuja se había largado —replicó Fraser—.
           Pero una gran cantidad de sus colegas oyó al voceador gritando su cuento. Por aquí
           no se ha hablado de otra cosa en toda la mañana.

               —Ya veo —dijo Mallory—. Eso explica ciertos... ¡Bueno! —Carraspeó.
               Fraser lo miró impasible.

               —Será mejor que ahora vea esto, señor. —Extrajo un documento doblado de su
           cuaderno, lo abrió y lo deslizó sobre la caoba pulida.
               Era un daguerrotipo mecánico. Un hombre muerto, echado sobre una losa y con

           un pequeño lienzo que le cubría las ingles. La imagen se había tomado en un depósito
           de cadáveres. Habían abierto el cuerpo entero desde el vientre al esternón con una
           única y tremenda cuchillada. La piel del pecho, las piernas y el abultado vientre era

           de un color marmóreo, en tétrico contraste con las manos, muy quemadas por el sol, y




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