Page 156 - La máquina diferencial
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huelguistas, sino más bien interesada o intimidada. Quizá la gente se alegraba de ver
el metro cerrado, aunque lo más probable era que simplemente tuviera miedo de los
obreros. Los huelguistas habían abandonado las obras subterráneas y habían salido a
la superficie como una hueste de nomos musculosos.
—No me gusta el aspecto que tiene esto, señor Fraser.
—No, señor.
—Vamos a hablar un momento con estos tipos. —Mallory cruzó la calle y abordó
a un obrero achaparrado y de nariz venosa que bramaba a la multitud y la obligaba a
coger sus panfletos—. ¿Qué problema hay aquí, hermano zapador?
El obrero miró a Mallory de arriba abajo y sonrió alrededor de un palillo de
marfil. Llevaba un gran aro chapado en la oreja, o quizá se tratara de oro auténtico: la
hermandad era un sindicato adinerado que poseía muchas patentes ingeniosas.
—Pos yo se lo digo, don, ya que pregunta con tanta educación. ¡Son esos
absurdos trenes pneumáticos de las narices, coño! Ya le dijimos en una solicitud al
lord Babbage que esos malditos túneles no se iban a airear bien. Pero uno de esos
intelectuales hijos de puta de la leche nos endilgó una puta conferencia, to tonterías, y
ahora los cabrones de los trastos se han venido abajo como pis podrido.
—Sí es un asunto grave, señor.
—Qué puta razón tiene, hombre.
—¿Sabe el nombre del intelectual al que se consultó?
El obrero discutió la pregunta con un par de amigos suyos, todos ellos con el
casco calado.
—Un lord de nombre Jefferies.
—¡Conozco a Jefferies! —respondió Mallory, sorprendido—. Afirmó que el
pterodáctilo de Rudwick no podía volar. Afirmó haber demostrado que era «un reptil
aletargado que solo planeaba», y que era incapaz de batir las alas. ¡Ese granuja es un
incompetente! ¡Habría que censurarlo por fraude!
—¿Intelectual también, don?
—No de esa clase —aseguró Mallory.
—¿Y qué pasa con ese amigo suyo, el puto poli este? —El obrero se tiró muy
agitado del aro que llevaba en la oreja—. ¿No estará apuntando to en esos puñeteros
cuadernos, eh?
—En absoluto —respondió Mallory muy digno—. Solo queríamos saber la
verdad de este asunto.
—Quié saber la puñetera verdad, su intelectualidad, pues arrástrese ahí abajo y
raspe un caldero de esa mierda de moho de los ladrillos. Hay trabajadores de las
cloacas con veinte años de experiencia que están echando las tripas por culpa del
hedor.
El obrero se marchó para enfrentarse a una señora ataviada con un apretado
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