Page 157 - La máquina diferencial
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miriñaque.
               —No  puede  ir  ahí  abajo,  bonita,  no  rueda  ni  un  solo  tren  en  todo  Londres.
           Mallory siguió adelante. —¡Esto no ha acabado! —murmuró en voz alta, dirigiéndose

           vagamente a Fraser—. ¡Cuando un intelectual acepta una consulta industrial, tiene
           que estar seguro de los datos!
               —Es el tiempo —dijo Fraser.

               —¡En  absoluto!  ¡Es  una  cuestión  de  ética  intelectual!  A  mí  también  me
           solicitaron  una  de  esas  consultas.  Un  tipo  de  Yorkshire  quiere  construir  un
           invernadero  de  cristal  con  la  forma  del  lomo  y  las  costillas  de  un  brontosauro.  El

           abovedado está bien y es eficiente, le dije, pero los precintos del cristal con seguridad
           tendrían  filtraciones.  Así  que  ni  trabajo  ni  honorarios  por  la  consulta,  ¡pero  mi
           reputación  de  erudito  se  mantiene!  —Mallory  aspiró  el  aire  grasiento,  carraspeó  y

           escupió  en  la  cuneta—.  No  me  puedo  creer  que  ese  maldito  estúpido  de  Jefferies
           diera a lord Babbage tan lamentable consejo.

               —Jamás había visto a un intelectual hablar directamente con un obrero.
               —¡Entonces no conoce a Ned Mallory! Yo respeto a cualquier hombre honesto
           que  conozca  de  verdad  su  oficio.  Fraser  lo  pensó  un  momento.  Pareció  dudar  un
           poco, a juzgar por su expresión plomiza.

               —Revolucionarios de clase obrera, y peligrosos, esos obreros...
               —Un  buen  sindicato  radical.  Permanecieron  firmes  junto  al  partido  en  los

           primeros tiempos. Y todavía lo hacen.
               —Mataron a un buen montón de policías en la Época de los Problemas.
               —Pero  era  la  policía  de  Wellington  —afirmó  Mallory.  Fraser  asintió  con
           expresión sombría. No parecía quedar más remedio que ir andando hasta la casa de

           Disraeli.  Fraser,  que  se  acomodaba  con  facilidad  al  paso  de  Mallory  gracias  a  la
           zancada de sus largas piernas, asintió de buena gana. Volvieron sobre sus pasos y

           entraron en Hyde Park. Mallory tenía la esperanza de disfrutar de un poco de aire
           fresco, pero allí el follaje veraniego parecía marchitado por la grasienta quietud y la
           luz verdosa que surgía debajo de los arbustos resultaba extraordinaria en su sombría
           malignidad.

               El  cielo  se  había  convertido  en  un  cuenco  de  humo  que  no  dejaba  de  girar  y
           espesarse. Aquel adverso paisaje pareció aterrar a los estorninos de Londres, pues una

           gran  bandada  de  estos  pájaros  levantó  el  vuelo  sobre  el  parque.  Mallory  los
           contempló  admirado  mientras  caminaba.  La  actividad  de  las  bandadas  era  una
           elegante  lección  de  Física  dinámica.  Resultaba  extraordinaria  la  forma  en  que  la

           interacción  sistemática  de  tantos  pajarillos  lograba  formar  figuras  inmensas  y
           refinadas en el cielo: un trapezoide, luego una pirámide desmochada que se convertía
           en una media luna plana, para después arquearse en el centro como el movimiento de

           una marea. Sin duda había un buen artículo en aquel fenómeno.




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