Page 158 - La máquina diferencial
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Tropezó con una raíz. Fraser lo cogió por el brazo.
—¿Señor?
—¿Sí, señor Fraser?
—Esté atento, si no le importa. Es posible que nos sigan.
Mallory miró a su alrededor, aunque no sirvió de mucho: el parque estaba
atestado y no vio señales del caballero de la tos ni de su secuaz del bombín.
En Rotten Row, un pequeño destacamento de amazonas («las preciosas
domadoras de caballos» las llamaban en los periódicos, lo que no era más que un
eufemismo para referirse a cortesanas adineradas) se había reunido alrededor de una
de ellas, a la que había derribado de la silla su castrado zaino. Cuando Mallory y
Fraser se acercaron vieron que la bestia se había desplomado y yacía jadeando y
echando espumarajos sobre la hierba húmeda, al lado de la pista. La amazona estaba
cubierta de barro, aunque ilesa. Maldecía a Londres, al aire sucio, a las mujeres que la
habían animado a galopar y al hombre a quien le había comprado el caballo.
Fraser, por cortesía, hizo caso omiso del indecoroso espectáculo.
—Señor, en mi profesión aprendemos a cultivar el aire libre. En este momento no
hay puertas medio abiertas ni cerraduras a nuestro alrededor. ¿Querría informarme de
sus problemas, con sus propias palabras, tal y como usted haya presenciado los
acontecimientos?
Mallory siguió adelante en silencio durante unos momentos, mientras daba
vueltas al tema en la cabeza. Sentía la tentación de confiar en Fraser. De todos los
hombres con cierta autoridad cuya ayuda podría haber buscado cuando comenzaron
los problemas, el único que parecía preparado para agarrar los problemas por la raíz
era aquel sólido policía. Y sin embargo existía un grave riesgo si confiaba en él, y se
trataba de un peligro que no solo corría Mallory.
—Señor Fraser, en este asunto está implicada la reputación de una gran dama.
Antes de hablar debo tener su palabra de caballero de que no perjudicará los intereses
de esta dama.
Fraser siguió caminando con aire meditabundo, con las manos unidas a la
espalda.
—¿Ada Byron? —preguntó al fin.
—¡Bueno, sí! ¿Así que Oliphant le contó la verdad?
Fraser negó lentamente con la cabeza.
—El señor Oliphant es muy discreto. Pero a los de Bow Street nos llaman con
frecuencia para poner bozal a las dificultades familiares de los Byron. Casi se podría
decir que nos especializamos en eso.
—¡Pero usted pareció saberlo casi de inmediato, señor Fraser! ¿Cómo puede ser
posible? —Por amarga experiencia, señor. Conozco esas palabras suyas, reconozco
bien ese tono de veneración, «los intereses de una gran dama».
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