Page 160 - La máquina diferencial
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Comisión,  solo  que  sobresalía  en  nuestra  profesión.  —  Mallory  suspiró  aquel  aire
           maloliente.  Sus  propias  palabras  lo  sorprendían:  jamás  había  llegado  a  admitir
           aquellos temas, ni siquiera ante sí mismo—. La verdad es que supongo que envidiaba

           a Rudwick. Era un poco mayor que yo y había sido alumno de Buckland.
               —¿Buckland?
               —Uno  de  los  hombres  más  grandes  de  nuestro  campo.  Ya  se  ha  ido,  también.

           Pero,  a  decir  verdad,  yo  no  conocía  muy  bien  a  Rudwick.  Era  un  hombre
           desagradable,  altivo  y  frío  en  sus  relaciones.  Donde  mejor  estaba  era  fuera,
           explorando en el extranjero, lejos de la sociedad decente. —Mallory se secó la nuca

           —. Cuando leí sobre su muerte en una sucia riña, no me sorprendió demasiado la
           circunstancia.
               —¿Sabe si Rudwick llegó a conocer a Ada Byron?

               —No —respondió Mallory sorprendido—. No lo sé. Él y yo no ocupábamos un
           lugar  tan  alto  en  los  círculos  intelectuales,  ¡desde  luego  no  el  nivel  de  lady  Ada!

           Quizá los presentaran, pero de haberlo favorecido ella creo que yo lo hubiera sabido.
               —Usted ha dicho que era brillante.
               —Pero no galante.
               Fraser cambió de tema.

               —Oliphant parecer creer que a Rudwick lo mataron los texanos.
               —Yo no sé nada de ningún texano —espetó Mallory colérico—. ¿Quién sabe algo

           de Texas? ¡Es un yermo maldito a mares y continentes de distancia! Si los texanos
           mataron  al  pobre  Rudwick,  supongo  que  la  Marina  Real  debería  bombardear  sus
           puertos  como  represalia,  o  algo  así.  —Negó  con  la  cabeza.  Todo  aquel  pestilente
           asunto, que en otro tiempo le había parecido tan osado y sutil, se le antojaba ahora

           muy  poco  glorioso  y  grosero,  poco  más  que  un  fraude  de  baja  estofa—.  Fuimos
           idiotas al implicarnos en el trabajo de la Comisión, Rudwick y yo. Unos cuantos lores

           ricos que intrigan a puerta cerrada para acosar a los yanquis... ¡Las repúblicas yanquis
           ya  se  están  destrozando  las  unas  a  las  otras  por  la  esclavitud,  los  derechos
           provinciales o alguna otra estupidez! Rudwick murió por ello cuando ahora mismo
           podría estar vivo, desenterrando maravillas. ¡Me da auténtica vergüenza!

               —Algunos podrían decir que fue su obligación de patriota. Que usted lo hizo para
           defender los intereses de Inglaterra.

               —Supongo —dijo Mallory con un escalofrío—, pero es todo un alivio hablar en
           voz alta del tema, después de un silencio tan largo.
               A Fraser no pareció impresionarle mucho la historia. Mallory supuso que para el

           inspector  de  la  Sección  Especial  era  un  relato  viejo  y  mil  veces  oído,  o  quizá  un
           simple  fragmento  de  perversidades  mayores  y  más  tenebrosas.  Pero  Fraser  no
           continuó con el tema de la política y se limitó a preguntar por los detalles criminales.

               —Hábleme sobre el primer ataque que sufrió usted.




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