Page 141 - La máquina diferencial
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—Que lo golpeó en la cabeza un rufián anónimo por razones desconocidas.
               —Eso  es  ridículo  —espetó  Mallory—.  ¿Es  que  ustedes,  los  mandarines  del
           Gobierno, no sirven para nada? ¡Esto no es ningún juego de charadas de salón, sabe?

           ¡He identificado a esa malvada que ayudó a mantener cautiva a lady Ada! Se llama...
               —Florence Bartlett —dijo Oliphant—. Y le ruego que baje la voz.
               —¿Pero cómo...? —Mallory se detuvo en seco—. Su amigo el señor Wakefield,

           ¿no? Supongo que vigiló todo lo que hice en la Oficina de Estadísticas y luego salió
           disparado para contárselo.
               —Es asunto de Wakefield, por muy tedioso que sea, vigilar cuanto sucede con sus

           benditas máquinas —explicó Oliphant con calma—. En realidad, esperaba que me lo
           dijera usted, ahora que sabe que lo atrajo una auténtica mujer fatal. Pero no parece
           muy ansioso por compartir su información, señor.

               Mallory se limitó a gruñir.
               —Esto no es asunto para la policía normal —siguió Oliphant—. Ya le dije que

           debería contar con protección especial. Ahora me temo que debo insistir.
               —Maldita sea... —murmuró Mallory.
               —Y tengo el hombre adecuado para esta misión. El inspector Ebenezer Fraser, de
           la  Sección  Especial  de  Bow  Street.  Una  sección  muy  particular,  así  que  no  debe

           decirlo en voz demasiado alta. Pero descubrirá que el inspector Fraser, o señor Fraser,
           como prefiere que lo llamen en público, es un hombre muy capaz, muy comprensivo

           y muy discreto. Sé que estará usted a salvo en sus manos, y no puedo explicarle el
           alivio que eso supondrá para mí.
               Se cerró una puerta en la parte posterior de la casa. Se oyeron pasos, arañazos y
           sonidos metálicos, voces extrañas. Entonces reapareció Bligh.

               —¡Mi reloj! —exclamó Mallory
               —¡Gracias  al  cielo!  —Lo  encontramos  sobre  un  muro,  sujeto  con  un  trozo  de

           ladrillo, bastante escondido —explicó Bligh mientras posaba el estuche—. Casi ni un
           rasguño.
               Supongo  que  los  rufianes  lo  ocultaron  ahí  para  llevárselo  más  tarde,  señor.
           Oliphant asintió y miró a Mallory con una ceja levantada.

               —Buen trabajo, Bligh.
               —Y también estaba esto, señor. —Bligh sacó una chistera pisoteada.

               —Es de ese canalla —declaró Mallory. El sombrero aplastado del caballero de la
           tos lo habían empapado de forma liberada en un charco de orines rancios, aunque a
           nadie le pareció correcto mencionar aquel acto incalificable.

               —Siento  no  haber  encontrado  su  sombrero,  señor  —dijo  Bligh—.  Lo  más
           probable  es  que  lo  robara  algún  golfillo  callejero.  Oliphant,  con  un  levísimo
           estremecimiento de asco involuntario, examinó la chistera arruinada, la giró y le dio

           la vuelta al forro.




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