Page 140 - La máquina diferencial
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—Siento abusar —murmuró Mallory. —
               Tonterías.  Para  eso  estamos.  —Oliphant  le  ofreció  dos  dedos  de  un  excelente
           coñac  en  una  copa  de  cristal.  Con  el  licor,  el  susto  y  la  sequedad  de  garganta

           abandonaron a Mallory y lo dejaron dolorido, si bien mucho menos entumecido y
           preocupado.
               —Usted tenía razón —declaró—. ¡Me estaban acechando como a un animal!

               No eran rufianes comunes. Querían hacerme daño, estoy seguro.
               —¿Texanos?
               —Londinenses. Un tipo alto con patillas y uno pequeño y gordo con bombín.

               —Mercenarios. —Oliphant mojó una toalla en la palangana—. No le vendrían
           mal un punto o dos, creo. ¿Quiere que llame a un médico? ¿O confía en mí para que
           lo haga? He hecho alguna que otra operación cuando no había otra cosa.

               —Yo  también  —respondió  Mallory—.  Por  favor,  proceda  si  lo  considera
           necesario.

               Se tomó otro trago del coñac de Oliphant mientras este iba a buscar aguja e hilo.
           Luego se quitó la chaqueta, apretó la mandíbula y se quedó mirando el papel de flores
           azules mientras Oliphant perforaba con habilidad la piel rasgada y la suturaba.
               —No está mal —comentó Oliphant con satisfacción—. No se acerque a efluvios

           malsanos y es probable que escape sin fiebres.
               —Todo Londres es un efluvio hoy en día. Este espantoso tiempo... Yo no confío

           en los médicos, ¿y usted? No saben de lo que hablan.
               —¿Al  contrario  que  los  diplomáticos  o  los  catastrofistas?  —La  encantadora
           sonrisa  de  Oliphant  hizo  imposible  que  Mallory  se  ofendiera.  Mallory  recogió  la
           chaqueta del banco del piano. Las manchas de sangre le salpicaban el cuello.

               —¿Y ahora qué? ¿Voy a la policía?
               —Está usted en su derecho, por supuesto —dijo Oliphant—, aunque yo confiaría

           en su discreción patriótica para que dejara de mencionar ciertas cosas.
               —¿Ciertas cosas... como lady Ada Byron?
               Oliphant frunció el ceño.
               —Especular  sin  mesura  sobre  la  hija  del  primer  ministro  sería,  me  temo,  una

           indiscreción muy grave.
               —Ya veo. ¿Y sobre mi tráfico de armas para la Comisión de Libre Comercio de la

           Real  Sociedad?  Tengo  la  fundada  sospecha  de  que  los  escándalos  de  la  comisión
           difieren de los de lady Ada.
               —Bueno... Por muy gratificante que fuera para mi persona ver que los errores de

           su  comisión  se  exponen  ante  el  público,  me  temo  que  todo  ese  asunto  debe
           permanecer bajo mano, en interés de la nación británica.
               —Ya veo. Y, con exactitud, ¿que me queda entonces por decirle a la policía?

               Oliphant esbozó una fina sonrisa.




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