Page 134 - La máquina diferencial
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protegía los engranajes de las exigencias de un viaje. El reloj estaba provisto de un
estuche cerrado con asa e iba forrado con un corcho que se adaptaba a la forma del
reloj, debajo de un terciopelo de color borgoña.
Mallory sabía que jamás podría encajar su trofeo en un autobús de vapor atestado
de personas. Tendría que alquilar otro cabriolé y atar el estuche del reloj al techo. Una
proposición problemática, ya que Londres era frecuentado por jóvenes ladrones
conocidos con el nombre de «arrastradores», golfillos con la agilidad de un mono que
saltaban con puñales de dientes de sierra a los techos de los carruajes que pasaban
para cortar las correas de cuero que sujetaban el equipaje. Para cuando el taxi se
detenía, los ladrones ya se habían ido corriendo tan tranquilos y se habían ocultado en
las profundidades de algún inicuo garito, tras lo cual se pasaban el botín de mano en
mano hasta que los contenidos privados de las maletas terminaban en una decena de
traperías.
Mallory atravesó cargado con su compra la otra verja de la arcada Burlington,
donde el policía de guardia le ofreció un alegre saludo. Fuera, en los jardines
Burlington, un joven con un sombrero mellado y un abrigo andrajoso y grasiento, que
había estado sentado tranquilamente en el borde de una maceta de cemento, se puso
en pie de repente.
El joven desaliñado cojeó hasta Mallory con los hombros caídos y una teatral
expresión de desesperanza. Al mismo tiempo se tocó el ala del sombrero, ensayó una
sonrisa patética y empezó a hablarle a Mallory:
—Le pido disculpas señor pero si perdona la libertad de que se dirija así a usted
en mitad de la calle alguien que se ha visto casi reducido a vestir harapos aunque no
siempre ha sido así y no por culpa suya sino debido a la mala salud en su familia y a
muchos sufrimientos inmerecidos sería un gran favor señor saber la hora.
¿La hora? ¿Podía saber de algún modo ese hombre que Mallory acababa de
comprar un gran reloj? Pero el desharrapado no prestó atención a la repentina
confusión de Mallory y continuó con impaciencia, con el mismo tono monótono e
insinuante.
—Señor no es mi intención pedir pues me crió la mejor de las madres y pedir no
es mi oficio no sabría cómo realizar ese oficio si tal fuera mi vergonzoso deseo pues
preferiría morir de privaciones pero señor le imploro en el nombre de la caridad que
me permita el honor de actuar como su porteador para llevar la caja que lo incomoda
por el precio que su humanidad quiera ponerle a mis servicios.
El desharrapado se interrumpió de repente y miró con los ojos muy abiertos por
encima del hombro de Mallory. De repente cerró la boca con fuerza y adoptó una
expresión tensa, como una costurera al partir el hilo. El desharrapado dio tres
cuidadosos pasos hacia atrás, poco a poco, manteniendo siempre a Mallory entre él y
lo que fuera que veía. Y luego se dio la vuelta sin más sobre los talones sueltos
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