Page 361 - La máquina diferencial
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abierto la misma definición de lo orgánico, de la vida y el pensamiento?
               »Si  imaginamos  la  totalidad  del  sistema  de  las  Matemáticas  como  una  gran
           máquina  dedicada  a  la  demostración  de  teoremas,  debemos  decir  que  tal  sistema,

           gracias  al  modus,  está  vivo,  y  podría  probar  su  propia  condición  y  desarrollar  la
           capacidad de mirarse a sí mismo. Las lentes necesarias para un examen de esta índole
           son de una naturaleza que aún desconocemos; y, sin embargo, debemos concluir que

           existen, puesto que nosotros mismos las poseemos.
               »Como  seres  vivos,  poseemos  la  capacidad  de  imaginar  el  universo,  aunque
           carezcamos  de  un  modo  finito  de  percibirlo  en  su  totalidad.  De  hecho,  el  término

           “universo”  no  es  un  concepto  racional,  aunque  posee  tan  total  inmediatez  que
           ninguna criatura pensante podría escapar a su presencia como noción y, de hecho,
           tampoco  al  deseo  de  conocer  sus  reglas  de  funcionamiento  y  la  naturaleza  de  su

           propio origen en el seno de este.
               »En sus últimos años, el gran lord Babbage, insatisfecho con las limitaciones de

           la  energía  del  vapor,  trató  de  emplear  el  rayo  en  sus  máquinas  calculadoras.  Su
           complejo sistema de “resistores” y “capacitores”, aunque testimonio del mayor de los
           genios, sigue en un estado fragmentario desde el punto de vista teórico y aún está por
           construirse. De hecho, los ignorantes suelen despreciarlo tildándolo del desvarío de

           un viejo. Pero la historia demostrará su validez y entonces, y esta es mi más honda
           esperanza, mis conjeturas trascenderán los límites de los conceptos abstractos para

           adentrarse en el mundo de las cosas vivas.
               Los aplausos fueron escasos y dispersos. Ebenezer Fraser, que observaba desde
           una de las alas, a la sombra de las cuerdas y las bolsas de arena, sintió que se le ponía
           el  corazón  en  un  puño.  Pero,  al  menos,  todo  había  terminado.  Lady  Byron  estaba

           dejando el podio para reunirse con él.
               Fraser abrió las asas niqueladas de la bolsa de viaje de su señoría. Lady Ada dejó

           el manuscrito en su interior, seguido por sus pequeñas gafas y su minúsculo gorrito
           de cintas.
               —¡Creo  que  me  han  entendido!  —dijo  con  voz  animada—.  Suena  bastante
           elegante  en  francés,  ¿no  le  parece,  señor  Fraser?  El  francés  es  una  lengua  muy

           racional.
               —¿Adónde vamos ahora, señora? ¿Al hotel?

               —Al  saloncito  —dijo  ella—.  Este  calor  me  fatiga  mucho.  ¿Quiere  llamar  al
           faetón para mí? Iré enseguida.
               —Desde luego, señora.

               Fraser, el bolso en una mano y el bastón estoque en la otra, condujo a lady Ada
           hasta el estrecho saloncito, abrió la puerta, dejó la bolsa ante las pequeñas sandalias
           que cubrían los pies de su señoría y cerró la puerta con firmeza. Sabía que en aquella

           sala,  la  señora  buscaría  el  consuelo  de  la  petaca  plateada  de  brandy  que  había




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