Page 117 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
—Las noticias que os traigo, señor, no van a ser de vuestro gusto; pero considero que
un rey ha de estar al corriente de lo que ocurre en su reino, sea lo que sea y por cualquier
medio. Os prometo que cuanto os diga será cierto, y que lo primero que os diré lo lamento
de todo corazón.
Me estremecí, pero sin traslucirlo.
—Necesito saberlo antes de agradecer que lo lamentéis.
—Vuestro padre ha ocupado Granada, y se ha vuelto a instalar en la Alhambra.
—Mejor para los míos; no se les podrá reprochar tener a su rey preso.
—Vuestro trono se tambalea, señor.
—Puede que mi trono sí; pero no el de los nazaríes. Mi padre fue un gran rey.
Sus ojos se abrillantaron con un asomo de malicia, o eso me pareció.
—Lo es, señor.
Con un temblor en la voz que en seguida logré aplacar, porque, al preguntarlo,
preguntaba por todos mis partidarios, continúe:
—¿Qué ha sido de mi madre?
—Según mis informaciones, y espero que sean veraces, se ha hecho fuerte en
Almería. Con vuestro hermano Yusuf y con Aben Comisa.
Suspiré: no todo estaba perdido. Aunque para mí quizá fuese más simple que nadie
contara conmigo.
La conversación transcurría en un árabe despojado, pero comprensible. El capitán lo
pronunciaba bien. Se echaba de ver que era un hombre nacido en la frontera: eso me unía a
él. Balbuceaba a veces, y yo le suministraba la palabra oportuna. Sin duda descubrió que yo
hablaba el castellano tanto como él mi idioma, pero no aludió a ello: eso me unía más.
—Y mi tío “el Zagal”? Mi tío el emir abu Abdalá, quiero decir:
—Decís bien: “el Zagal”; el Islam no tiene una espada mejor.
Está con vuestro padre.
Me miraba con fuerza.
—Así ha de ser —le dije.
Me vino a las mientes la prestancia de mi tío cuando lo vi antes de lo de Alhama:
mimbreño, recio, atractivo e impasible al mismo tiempo; con su rostro severo, digno y muy
pálido; vestido con un largo sayo de pelo de camello, bajo un manto de seda negra, y con un
turbante de lino blanco enmarcándole la expresión imperturbable.
—Así ha de ser —repetí.
—Nuestros reyes, señor, han determinado que concluya esta situación de guerra
permanente.
—¿Desean firmar treguas?
¿Conmigo?
—Como aquella mañana en Granada, en la que vuestro padre afirmó: ‘Se acabaron
las parias’
—¿es que me recordaba?—, yo hoy os digo: ‘Se acabaron las treguas.’
—También entonces vuestro rey nos amenazó diciendo: ‘Desgranaré uno por uno los
granos de esa Granada.’
—No sé si dijo eso. Los cronistas son amigos de frases. Es sugestivo resumir con
ellas un estado de cosas; sugestivo y expuesto. No sé si lo dijo, pero está dispuesto a
cumplirlo.
—Viene intentándose, con grandes altibajos, durante muchos siglos. España somos
todos, don Gonzalo. Vos habláis de Aragón y de Castilla; yo soy el rey de Andalucía: ni
pude desear más, ni puedo contentarme con menos.
—Otra frase, señor. Las guerras no se ganan con frases.
—¿Con qué se ganan?
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