Page 189 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               por sus portillos o sobre la muralla, y los acometían en su  propio campamento
               inflingiéndoles daños de consideración, y apropiándose de sus provisiones.
                     En octubre y noviembre empeoró la situación de los sitiados al escasear los alimentos;
               examinada su cuantía por los jefes, echaron de ver que para pocos días les quedaban. Sin
               embargo, se conjuraron para no decaer, con la esperanza de que el enemigo se retiraría
               ante la proximidad del invierno. Cuál no sería su sorpresa cuando lo vieron labrar piedras y
               cimentar edificios donde ampararse de él. El pesimismo se alojó en sus corazones.
                     Pero tampoco para los cristianos la situación era halagüeña.
                     El invierno cayó sobre el campamento: morían de frío y hambre los soldados; los
               sabañones y la congelación les impedían manejar las armas. Fernando, ante el fracaso de
               una campaña en la que tanto perdía, se dedicó a su arte favorita: la astucia y el soborno.
               Por medio de Gutierre de Cárdenas, el comendador de León, a quien después me tocó ver
               más de cerca de lo que habría querido, entró en contacto con el príncipe Yaya. Yo conservo
               —porque me la remitió para doblegar mis insolencias— copia de alguna de las cartas que se
               cruzaron entre ellos.  El rey propone la rendición de  Baza al  general, a cambio de
               donaciones y mercedes; el general contesta que no tiene fe alguna en las propuestas del
               rey, porque no ha olvidado sus informalidades y sus alevosías; replica el rey prometiendo
               ser mejor cumplidor de cuanto ahora ofrece, y mostrándose muy arrepentido de haber
               faltado a su palabra en la ocasión de marras, que no es otra que la doble traición de
               Almería. Y así siguen los tratos, las promesas y las garantías de las promesas, sin que el
               rey desista ante la irritada suspicacia del general, y sin que el general los cierre, aunque sí
               los aplaza.  Con tan prolongado tejemaneje, de pillo a pillo, la pretensión de  Yaya era
               recabar una avenencia más ventajosa para  él; la de  Fernando, que los baezanos se
               extenuasen. Para enterarse del auténtico estado de su aprovisionamiento, mandó el rey a
               unos de sus magnates con el pretexto de conferenciar. Pero, avisados los de dentro de su
               intención, reunieron los alimentos que les quedaban —las hortalizas, las frutas, los
               montones de trigo, unas pieles de cabrito rellenas de pajay los colocaron en los mercados
               por donde iba a pasar el emisario, con el fin de probarle que la  guarnición  podía aún
               mantenerse mucho tiempo. Como he leído en mi antecesor zirí Abdalá, la guerra no es más
               que falacia y ardid, y la estratagema de Yaya, versado en ellos, surtió efecto. Cayó el rey en
               su propio cepo, y mejoró su importe el general, de forma que aquél vino en concederle
               cuanto le pedía.
                     Sin embargo,  Yaya exigió más aún.  Sus demandas fueron tan altas  que no había
               modo de aceptarlas; la cantidad de mercedes, tierras, privilegios y concesiones era tal, que
               valían más que la ciudad que iba a rendir. Los cristianos siguieron intentando el asalto y
               muriendo; los capitanes, planteando nuevas  operaciones militares; la reina, rebuscando
               víveres y recursos en  Castilla, y  Fernando, redactando  cartas con  juramentos y ofertas
               recrecidas. Ante su ineficacia, no se arredró; más bien condujo el asunto con una inimitable
               maestría. Sugirió al general la posibilidad de darle cuanto pedía y mucho más, con una sola
               condición: la de entregar, con Baza, el feudo entero del “Zagal”.

                     Para eso hacía falta que el príncipe Yaya engañara a quien era su primo, su emir, su
               amigo, su cuñado, y del que él era hombre de confianza, general en jefe, brazo derecho y
               consejero.  Experto en  deshonores, calculó lo  que éste le valdría,  y,  mientras continuaba
               defendiendo Baza para aumentar su valor a ojos de Fernando, trazó su plan junto al “Zagal”.
               En connivencia con el cristiano, salió a escondidas para entrevistarse con su  víctima en
               Guadix; ante sus  subordinados, incluido  Mohamed  Hasán, iba a  solicitarle o socorros
               suficientes, o licencia para entregar la ciudad. La finalidad del viaje era distinta.
                     Nadie como yo puede comprender la verdad y la falsía de las alegaciones de Yaya a
               mi tío: la verdad de su falsía, y la falsía con que manejaba la verdad. El general le describió
               la espeluznante situación auténtica de la ciudad cercada: sin víveres, sin armas, sin
               recursos, con el invierno igual que una losa de mármol blanco sobre ella; sus habitantes,
               diezmados por el sitio, la epidemia y el hambre; los niños, muertos de inanición y de miseria;
               las madres, reclamando la rendición a voces; los hombres, negándose a salir a los adarves;
               la soldadesca, famélica e indisciplinada, resistiéndose a pelear. Y frente a eso, ¿qué es de


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