Page 230 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     —”Sus altezas, a los que no podré olvidar hasta la muerte...” —Ni yo —le interrumpí.
                     Él me miró con reproche, y continuó:
                     —”... porque conozco el bien que han hecho con nosotros”.
                     —Será contigo —dije.
                     —Así debe decirse, señor. Si no, no sigo —me advirtió entre amoscado y cómplice.
                     Yo aprendí la lección.
                     —”Por Dios y por mi ley que, si pudiese llevar Granada a cuestas, se la llevase a sus
               altezas, y esto lo habréis de creer de mí, y Dios me destruya si miento”.
                     —No te excedas, El Maleh.
                     Se sonrió a hurtadillas, y continuó escribiendo:
                     —”Y asimismo deseo  mucho bien para mi señor, porque yo lo crié,  y su bien y su
               merced está sobre mí y sobre mi casa, y querría que saliese por fin de esta loca gente con
               bien, aunque ella me ha tratado muy mal”. —Luego se precavía de las precauciones de
               Zafra—: “No quiero que sobre  cada palabra  que os escriba me pongáis una adarga por
               delante, y no penséis que respondéis a un enemigo, sino haceos cuenta de que soy un
               servidor”. —Y volvía del revés los argumentos de  Zafra, dándole la razón para
               beneficiarse—: “A lo que decís de los enemigos que tiene en esta ciudad el rey mi señor y
               nosotros, y de que está poblada de gentes de muchas maneras, todo lo que decís es la
               verdad, y por eso ha resuelto mi señor no hablar en ninguna cosa, porque la gente no está
               aún madura”.
                     Levantó la vista de la carta y me dijo:
                     —Con esto comenzamos a demorar la fecha de la entrega y a mantenerla en nuestras
               manos. Ahora les hablaremos del secreto, que mucho nos importa.
                     Y le contó que su mensajero Ulaila trajo de Santa Fe mercaderías y las dio a un primo
               suyo para venderlas en la alcaicería, y que la gente se arremolinó, y hubo pesquisas, y yo y
               la gente quisimos saber su procedencia.
                     —”Y yo disimulé mucho, y quiso Dios que, en un encuentro con la gente, desbaraté
               todo su consejo”.
                     —Y seguía—: “Me dijo mi señor que no le deis más cartas a Hamet y que, si quisierais
               escribir, tomaremos un cristiano cautivo y hablaremos con él y harémosle que se torne moro
               y le enviaremos con la carta”. Y, de no poder ser, le pedía que estuviera diez o veinte días
               sin utilizar a Hamet el Ulaila —’Otra prórroga’, me dijo—, hasta que los granadinos olvidaran
               lo sucedido.  Y, para enturbiarlo más, le relataba que un gomer preso había huido del
               campamento cristiano, y alardeaba en Granada de tener más noticias que nadie y de saber
               que el cardenal llegaría pronto, y que el real iba a alzarse, y que si no lo había alzado ya el
               rey Fernando era por no hallar jefes y capitanes que aceptaran quedarse.
                     —Esto le preocupará, y le enterará de que estamos enterados de lo que él nos oculta
               —comentó—.
                     Vayamos concluyendo:
                     —”El sultán y la sultana mis señores tuvieron mucho placer con la ropa  que
               mandasteis dar al infante su hijo, y se encomiendan mucho a sus altezas, y querrían mucho
               por Dios que se quitase esta enemistad, y trabajan por Dios en ello mucho y yo con ellos”.
                     Firmó y selló. Me miró con cautela. Yo comprendí que no había hecho con él una mala
               elección.

                     Pronto, legitimadas las relaciones, propuso  Zafra que mis representantes se
               entrevistaran en persona con él y con los reyes, e insistía en todas sus cartas. El Maleh le
               respondió que sería más fácil y reservado que el propio  Zafra se reuniese con mis
               representantes, si ése era su deseo.
                     Pero había encontrado la horma de su zapato. Zafra le aclaró: “No os escribí que me
               quería ver con vosotros, sino que vinieseis a ver a sus altezas”, porque “así se tomaría más
               breve y más sana y mejor conclusión en los hechos” (que era lo que nosotros tratábamos de
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