Page 231 - El manuscrito Carmesi
P. 231

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               evitar para alargar los tanteos y obtener más ventajas). Cuando Zafra le habló de nuestras
               “necesidades” —palabra misteriosa e inconcreta—, y le ofreció  concurso,  El  Maleh lo
               rechazó negando que tuviéramos necesidad ninguna,  para impedir que creyera que
               estábamos ansiosos y oprimidos. Zafra le replicó plegando velas y a la vez soltándolas:
                     ”Lo que con buena voluntad se escribe y a buen fin, no se debe tomar y responder de
               aquella manera, y, si tan sin necesidad estáis como, hermano, decís tanto, es mejor  mi
               consejo para que no vengáis ni os veáis después en ella. Y tanto cuanto más sin necesidad
               estéis, tanto más servicio recibirán sus altezas” (y tanto más os recompensarán, daba a
               entender). “Las cosas que con amor se ofrecen, con amor se han de responder y recibir.
                     Así que, hermano, dejemos todo lo que no aprovecha y vengamos a lo que hace al
               hecho.  Porque sus altezas” —agregaba— “no andan en todo sino  por el camino de la
               verdad, que, si otra cosa quisiesen, buenamente podrían tener para ello; de modo que si sin
               necesidad  estáis vosotros, mejor aparejo y disposición para esperar cualquier tiempo y
               negociación. Ya que sus altezas tienen gana de que esto se concluya en seguida, y ése es
               vuestro provecho, lo mismo debíais querer vosotros”. Más claro, el agua. Pero metía dentro
               del sobre una hijuela para ser leída sólo por El Maleh. Se quejaba en ella de Aben Comisa,
               “que no anda muy claro ni cierto en el servicio y bien del sultán y vuestro, y sospecho que ha
               gana de buscar algunas dilaciones para guiarlo por otro camino” (lo cual no es bueno ni para
               el sultán ni para vos, decía entre dientes, porque os quedaréis sin estipendios). “Y el
               alguacil” —remataba— “no mira lo de adelante, ni que el hijo de su señor está cautivo, ni
               que su señor todos los días y horas y momentos tiene su persona y estado en peligro”.
                     Traducido: tenlo también tú en cuenta y muy presente, “pues vos sois tan cuerdo que
               sabéis por qué lo digo y todo lo entendéis bien”.
                     Y cerraba con la aclaración de que, si nosotros no teníamos necesidades, “sus
               altezas, Dios los guarde, con muchísimas menos necesidades están”.
                     Yo no oculto que me solazaba con una esgrima en que cada cosa que se decía quería
               decir más que nada lo contrario, y precaver de otra no dicha, y sugerir muchísimas más, y
               anunciar otra que tampoco se iba a decir jamás.  El  Maleh, por orden mía, postergaba la
               visita a los reyes que reclamaba  Zafra.  Yo quería cerciorarme antes de que la
               representación que Zafra se arrogaba era auténtica, y eso era lo que los reyes, con la visita,
               querían a su vez ratificar respecto de Aben Comisa y El Maleh.
                     Pero nosotros tuvimos más paciencia y más habilidad. A la petición de El Maleh de
               que convendría que los reyes nos escribieran a Aben Comisa y a mí para ablandarnos (lo
               que de verdad perseguía era que confirmaran, bajo su fe y su palabra, que les darían buen
               trato, protección física, seguridad y gratificación), los reyes, incomodados, escribieron dos
               cartas: una para mí y otra para mis representantes.
                     La mía era taxativa; la había redactado seguramente  Zafra. “No pudiendo creer ni
               creyendo, según la voluntad que  en nosotros hallasteis y conocisteis, y según lo que de
               vuestra bondad conocíamos, que cosa alguna de lo pasado procedía de vuestra voluntad, y
               asimismo no queriendo por todas estas causas ver el fin de vuestro perdimiento... en tanto
               que tenéis tiempo de servirnos, tuvimos por bien que vuestro secretario escribiese a vuestro
               alcaide y criado lo que creemos que habréis visto, y porque todo ha procedido y procede de
               nuestra voluntad y ello escribió por nuestro mandado, acordamos de escribiros así para que
               de esto fueseis sabedor”.  O sea, la petición encubierta había sido admirablemente
               comprendida, y no menos admirablemente satisfecha.
                     Si mi carta era diáfana, la de los otros dos, más aún: “Hemos visto el deseo y gana
               que decís  que tenéis  de servirnos, lo cual no dudamos, dada la voluntad que siempre
               tuvimos de haceros mercedes... Creyendo que para atajar y enmendar todo lo pasado, con
               nuestra ayuda y mediante el favor de Dios, el sultán y vosotros tenéis ahora entero poder...
               Pues de venir luego a nuestro servicio os vendrá todo bien y seguridad y reposo, y somos
               ciertos que en todas las cosas el sultán vuestro amo está a vuestro consejo y pensar, os
               encargamos que deis pronto, en todo, aquel fin y conclusión que a nuestro servicio y al bien
               de vuestro amo y de vosotros cumple, certificándoos que, poniéndolo así en obra, recibiréis
               de nos señaladas mercedes... y haciendo lo contrario  —lo que dudamos—  de aquí en
               adelante, en todo lo que se hiciere, no tendréis justa causa ni razón de quejaros, y la culpa
                                                          231

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   226   227   228   229   230   231   232   233   234   235   236