Page 233 - El manuscrito Carmesi
P. 233

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               menester que lo aconsejen. Yo, con la ayuda de Dios, le enderezaré a él y a los otros con la
               buena voluntad que tengo de servir a sus altezas. Yo le aquejo que vaya él a entrevistarse, y
               no puedo con él, que parece que está muy temeroso” (era mentira: quería ir él), “y por esta
               causa pedí el seguro para los dos” (¿no acusaba al otro de haber pedido la carta de los
               reyes?), “porque yo, yendo o no yendo, soy servidor”. Después se enredaba al insistir en
               que él guardaba el secreto “hasta con Aben Comisa”, para insinuarle a Zafra que él hiciera
               lo mismo, y “juro por Dios que yo querría ver a sus altezas antes hoy que mañana, y que el
               día que ahora pasa sobre mí me parece un mes”; pero que había tenido una malísima caída
               de caballo, y que poco a poco se recuperaba “gracias a Dios y con la buena dicha de la
               carta de sus altezas.  Plegue a  Dios que no mienta mi pensamiento de vos  ni vuestro
               pensamiento de mí, y seremos causa del bien de nuestros señores, y ganaremos los dos”
               (ahí no quería ambigüedades: sólo los dos) “la honra y el honor y la fama y las mercedes en
               la casa real”.
                     A mi amonestación de que echaba de ver algunas contradicciones, me replicó:
                     —Las contradicciones mías, señor, ayudarán a que ellos también se contradigan. Y,
               entre unas y otras, algo sacaremos en limpio.

                     La noche en que  El  Maleh fue por fin a entrevistarse con los reyes, yo madrugué
               mucho, y lo aguardé paseando entre zozobras.
                     Había amanecido un día gris y frío de octubre. No mucho después, llegó cojeando El
               Maleh.
                     —Sólo por ti lo he hecho. No hay favores, ni dádivas, ni premios que paguen estas
               cosas. Otra vez, que vaya Aben  Comisa: él es más listo, él es más cultivado, él es más
               valeroso.
                     —Pues no es eso lo que le dices a Zafra. ¿Has corrido peligro?
                     —Si andar de noche cerrada, solo, entre enemigos, te parece poco... Me recogieron
               en la alquería de Churriana. Qué camino, señor. Los reyes me esperaban.
                     Los dos han envejecido. Se ve que vivir al raso con estos relentes no les prueba. Ella,
               sin embargo, y eso que está de luto, ha engordado.
                     —¿Qué fue lo que pasó?
                     —¿Que por qué ha engordado?
                     Comprenderás que no iba a preguntárselo.
                     —No me preocupa si ha engordado o no. Las condiciones, digo.
                     —Ah, creí.  Leí las notas y memorias que habíamos redactado en favor  de los
               ciudadanos, las exigencias del común, tus privilegios y los de tu familia.
                     —Y los tuyos, supongo.
                     —Sí, y los míos. Y los míos también: ya me dirás por qué no iba a leerlos. Bueno,
               pues bien.  Muy bien.  Asentían sin gran dificultad.  Se miraban entre sí, y asentían.  Zafra
               estaba en la gloria.
                     Sin regateos, decían que sí con la cabeza. Y, de repente, me interrumpieron los dos a
               la vez: querían saber la fecha en que se les entregaría Granada. Hubo una pausa. Hubo una
               larga pausa. A mí se me hizo eterna. Después dije:
                     ’Lo antes posible’. ‘¿Cuándo será lo antes posible?’, preguntó ella, aunque es más
               listo él, que dejó que ella lo preguntase y que pasara por más lista. ‘Pronto’, contesté yo. Él
               golpeó el brazo de su asiento: ‘¿Pronto para vosotros, o para nosotros? ¿Cuándo?’, y
               golpeó otra vez. ‘Haciendo un gran esfuerzo, puede ser el último día de mayo venidero’, dije.
               Él se puso de pie, imagino que para dar con más firmeza la patada que dio en el suelo.
               Discutieron enojados muy de prisa entre ellos.  Tanto discutieron y tan enojados estaban,
               que me atreví a rebajar tres meses del plazo porque pensé que, si no, allí  mismo  me
               cortaban el gañote. Volvieron a negarse con parecida irritación. Yo traté de seguir leyendo la
               memoria de las  condiciones,  pero me dijeron que habíamos terminado; que  si no  se
               entregaba la ciudad en un viernes (tiene que ser un viernes) dentro de los próximos treinta
               días, veintinueve ya, no seguiríamos con las conversaciones. Yo pensé: ‘Aquí me acabo yo’.
                                                          233

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   228   229   230   231   232   233   234   235   236   237   238