Page 49 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí


                     Mi hermano Yusuf.


                     Hay hombres que nacen con una estrella en la frente. No he conocido a ninguno con
               una más radiante que mi hermano. Subh juraba que había llorado en el vientre de mi madre,
               y que nació envuelto en el manto, sin romperlo al salir.
                     Pero no habrían sido necesarios tales signos, ni que los astrólogos le vaticinasen una
               larga vida, fructífera, alegre y luminosa. Los horóscopos lo han pintado siempre dotado de
               hijos, de felicidad, del amor de quienes lo traten y de años interminables. Un motivo más
               para desconfiar de los horóscopos, tanto al menos como de la propia vida.
                     Es lógico que sea así, entre otras razones, porque no se me parece en nada. Yo soy
               en lo físico  como la familia de mi padre; él, como nuestro abuelo materno,  Mohamed  X,
               según quienes lo conocieron.
                     Es espigado, rubio,  con una permanente sonrisa alumbrándole el rostro,  de
               amabilísimo talante, y, para mayor precisión, zurdo como el abuelo. Sin embargo, en el caso
               de Yusuf, la zurdería es obligada.
                     Nació con un defecto en la mano derecha: le faltan los dedos corazón, anular y
               meñique, y su pulgar y su índice tienen sólo una articulación. Pero nunca le ha afectado esta
               falta, ni le ha impedido hacer cuantos ejercicios nos han impuesto para nuestra instrucción.
                     Yusuf y yo apenas nos hemos separado alguna vez, y muy recientemente. Quizá yo
               he sido más fisgón que él y  me he metido en más berenjenales; para salir de ellos, con
               frecuencia necesité su ayuda.
                     A sus ojos, el mundo está bien como es: no pretende cambiarlo; ni lo acepta siquiera,
               sino que se incluye en él con la naturalidad con que una tesela se incluye en un mosaico.
               Desempeña gozoso  su acendrado oficio  de tesela en  cada instante, sin reclamar más ni
               menos que aquello que le es dado y que su sino hace coincidir con lo mejor.
                     Dicen que los hermanos gemelos llevan a tal extremo su compenetración que adivinan
               todo el uno del otro, o más aún, que no precisan adivinarlo, sino que uno se siente el otro y
               viceversa.  Yusuf y yo no somos gemelos: él es un año menor que yo, y  somos casi
               opuestos; pero tenemos tal confianza, hemos convivido tanto, el vacío de afectos familiares
               nos ha volcado tanto recíprocamente,  que dudo que existan hermanos más unidos.  Por
               ejemplo, si jugábamos al escondite con otros niños, nos bastaba  calcular dónde nos
               habríamos escondido si fuésemos el otro, para descubrirnos yo a él o él a mí. El mundo se
               dividía para nosotros en dos grupos: uno, Yusuf y yo; el otro, los demás. Y, en el reparto de
               actuaciones que en una pareja se plantea cuando ha de ser suficiente por sí misma, a Yusuf
               le ha correspondido siempre la diplomacia con la otra mitad del mundo.  Él es el que ha
               endulzado las acritudes suscitadas por mí; quien ha convencido a los extraños de que nos
               concediesen un capricho; quien ha suplicado el perdón de los castigos que se nos imponían;
               quien ha alzado nuestras quejas o nuestras peticiones a los ayos y a los maestros.
                     Debo hacer constar que la mayor destreza de  Yusuf, y  más cuando éramos  más
               chicos, consistía en volcar sobre  mí la culpa de todos los percances.  No de  una forma
               explícita: tenía suficiente con mirarme de soslayo. Y eso sólo al principio, luego las culpas
               me eran adjudicadas de manera automática.
                     Sin embargo, en el mismo instante en que yo iba a sufrir las consecuencias de sus
               tácitas  acusaciones, él, con  campechanía, daba un paso al  frente, se  confesaba
               responsable, y se disponía a arrostrar cualquier sanción; pero con tal tono de inocencia que
               jamás era castigado. Con lo cual los dos quedábamos exentos.
                     Yo tiendo a ser menos expresivo con la gente que él, pero a la vez frecuento gente
               más variada de lo que nos corresponde por razones de sangre, de vecindad o de estudios.
                     No obstante, a él le basta con aparecer para arrebatarme la primacía de una relación
               que me ha  costado semanas adquirir, y cualquier amigo mío de los que hablo  en estos
               papeles habría preferido sin duda ser amigo suyo; pero él, con la misma simplicidad con que

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